Trío con una diablesa

La tierna pelirroja los miraba con una inocencia innata y pervertida. Se retorcía las manos nerviosa mientras sujetaba un tembloroso cóctel entre sus manos. Tenía una cara infantil pero unos atributos indudablemente adultos. Pecho grande, labios abultados y caderas voluptuosas. Era la perfecta imagen de un tentador súcubo medieval.

-Es que creo que soy ninfómana, ¿sabéis? -les confesó luego de beberse de un sólo trago el resto de su bebida.

-Ah ¿sí…?

-Sí, sí… No paro de pensar en sexo durante todo el día. Las 24 horas. Incluso en sueños me despierto húmeda, con el coño desesperado por encontrar un alivio.

Lo dijo con una vocecita límpida y suave, como si estuviera hablando de lo mucho que le encantan escuchar los ruiseñores durante el amanecer. La pareja que se sentaba en frente de ella, sonrió, divertida y cachonda. Él tenía las manos grandes y gruesas, la espalda recta y una nariz de aguilucho. No hablaba mucho, pero su mirada recorría cada recoveco de su piel y la desnudaba con el simple centelleo de sus pupilas. Su pareja, una esbelta morena de elegancia innata, parecía llevar la iniciativa en todo.

-Adelaida… ¿era así no? ?¿Te parece si continuamos la conversación en nuestra casa?

Ella asintió con la cabeza, entusiasmada por lo que acababa de oír. Adelaida era el pseudónimo que utilizaba en la página de contactos para tríos y swingers en la que estaba suscrita. Le gustaba conocer a múltiple gente, con diferentes historias y contextos, pero siempre de manera anónima y siempre sólo una vez. Le encantaba experimentar e ir más allá del sabor vainilla. Pero con veinte años de edad todavía estaba en las puertas de la exploración sexual, y ésta era sólo la tercera vez que hacía un trio.

Pero para la pareja no obstante era la primera vez. Y aunque ella parecía más nerviosa, esto era sólo producto de su excitación. Ellos estaban un poco más exaltados, pero la bebida los había ayudado a entrar en calor y olvidarse de las inhibiciones.

Cuando llegaron a casa, Adelaida empezó a desvestirse sin más preámbulos. Dejó al descubierto una piel blanca, inmaculada y aterciopelada. A Roberto, que la contempló boquiabierto, le recordó a una de esas chicas cosplay asiáticas. Se quedó con un tanguita rojo a juego con su melena y un sujetador de encaje que dejó a descubierto dos pezones erectos.

La pareja la contempló titubeante pero excitada. Ella tomó asiento en uno de los sofás del salón y dio el pistoletazo de salida al meollo del encuentro. en cuanto introdujo sin el menor tapujo sus dedos en su propia vagina. Soltó un gemido de alivio y placer.

-Oh Dios… Estoy tan húmeda…

Ellos seguían petrificados observando cómo los acontecimientos se habían precipitado hasta ese momento. Lo que estaba pasando era real y lo que habían fantaseado estaba ante sus ojos. Escucharon los ruidos rítmicos de sus jugos empapándose en sus dedos a medida que los sacaba y los volvía a introducir.

Al ver, desesperada, que al cabo de un rato ellos seguían sin hacer nada más que contemplarla ojipláticos, Adelaida decidió tomar las riendas del asunto.

-Quiero chupar tus tetas y probar tu polla -sentenció, con su dulce voz.

Fue él el primero que tomó la iniciativa y empezó a desnudarse. Alejandra decidió no quedarse atrás y empezó a desabotonarse la blusa negra que transparentaba sus pequeños y turgentes pechos. Ambos se acercaron a la sedienta muchacha e hicieron tal y como les había ordenado. Adelaida se sentó prestamente y empezó primero a magrearle los pechos de ella, pasando después a usar la boca para succionarlos. Su piel, sistemáticamente bronceada, contrastaba con la de ella, tan blanca e irreal. Acto seguido le bajó los pantalones a ella, con premura, y luego las bragas de seda negra de un tirón. Introdujo sus dedos en su coño y le mostró lo húmeda que estaba, llevándoselos después a su boca.

Después de esta demostración se centró en él, quien ya se había bajado los pantalones y se tocaba brutalmente mientras veía la demostración con su esposa. Ella le tocó su polla, grande y abultada, como había adivinado y empezó a masturbarlo con ganas, hasta casi al punto de hacerlo correr, pero se detuvo.

-Chúpame el coño -le ordenó a él.

Roberto obedeció. Ella se tumbó en el sofá, abrió las piernas y recibió con un sonoro gemido la lengua de él, la cual recorrió su vagina de arriba abajo, para centrarse luego en el área el clítoris. Alejandra, quien no quiso quedar atrás, situó su coño encima de la boca de ella, mientras observaba cómo su esposo se lo comía a la otra. Sollozó en cuanto Adelaida la agarró por las nalgas y empezó a lamerla con ganas y destreza. Nunca antes había estado con una mujer, pero en esos momentos sintió unas terribles ganas de probar la piel de la mujer, así que empezó a tocar y acariciar sus abundantes pechos. Al cabo, sucumbió a un inesperado orgasmo. Cuando Adelaida estuvo apunto de correrse también, agarró a su esposo por el pelo y la apartó de ella.

-Fóllala ya -le pidió. Y él cumplió.

Su miembro estaba morado de la excitación tan grande que sentía. La puso de rodillas y de una sóla estocada introdujo su polla en su vagina, chorreante y ardiente . Empezó a penetrarla con un salvajismo propio de un animal en celo. Mientras apretaba sus largos pechos y sus redondeadas caderas, su esposa lo observaba sintiendo que sus jugos se hacían interminables. Al cabo Adelaida terminó corriéndose en su polla. Las contracciones tan potentes de su vagina lo hizo correrse a él también inmediatamente dentro de ella .

Adelaida le regaló un último momento a Alejandra. Besó sus pechos, centrándose en los pezones y le hizo un cunnilingus y anilingus conjunto, que la hizo volver a correrse del tremendo placer que sintió con ambas jugadas.


Después de esa aventura, la pareja se quedó tremendamente satisfecha y relajada. Con las sonrisas plantadas en sus rostros, Adelaida se vistió como un rayo y se preparó para irse. Vestida con el abrigo y con la bufanda hasta las orejas, no parecía en absoluto la ardiente diablesa que había demostrado ser.

-Gracias por todo -dijo, con su vocecita de muñeca de porcelana.

Y se desvaneció de la casa, como si realmente hubiese sido una invocación del dios de la lujuria.

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