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Su primera cita con una lesbiana experimentada

4:48 pm Tuesday, 30th July, 2019

lesbianas en la cama

Todas las historias empiezan con una primera vez. La primera vez que lloras, nada más nacer. Tu primer balbuceo. Tu primer año en el colegio. Tu primer año en el instituto. Tu primer beso. Tu primer rechazo. Todas esas primeras veces tienen su historia particular, pero también su fin. Algunas de ellas concluyen con un final feliz; otras con un amargo desenlace. Esta historia, y esta primera vez en concreto, no tiene en absoluto un final triste, ni doloroso, sino, muy al contrario, uno placentero y esclarecedor.

La primera vez que me fijé en una chica fue la primera vez que me di cuenta que mi sexualidad había dado un repentino vuelco. Quizás siempre había estado allí pero me había negado a los hechos. ¿Por qué negarse a algo que para muchos es obvio prácticamente desde la primera revolución hormonal en la adolescencia? Podría culpar a la presión social, familiar e incluso institucional…

Siempre he sido una persona con los esquemas muy fijos y con una vida muy delimitada de antemano, como jugando a ser dios sin saber que el destino se escribe a cada paso. Siempre he necesitado tenerlo todo bajo control; tanto, que incluí dentro de este paquete enfermizo, mi propia sexualidad. Me tenían que gustar los hombres, me tenía que casar y muy probablemente engendrar familia.

Había crecido en un ambiente católico obtuso y austero. Desde mi infancia me inculcaron los valores tradicionales propios de la tradición cristiana. Había estudiado la carrera de derecho en una prestigiosa y hermética universidad religiosa. Había formado casi toda mi vida bajo estos preceptos, hasta que un día todo se desmoronó.

El día que vi a Marcia, una venezolana fuera de lo común, sentí como cada parte de mi cuerpo temblaba y repentinamente, como si fuera un mar, mi entrepierna se humedecía con insistencia, gritando mi cuerpo lo que mi mente se negaba a admitir.

Marcia tenía una cabellera pelirroja, unas curvas deslumbrantes y un andar determinado. Bamboleaba sus caderas cada vez que caminaba, imponiendo su feminidad ante el mundo que parecía observarla boquiabierto. Desprendía una sexualidad apabullante y casi todos los hombres le profesaban una mezcla de fascinación y temor. Marcia apareció en tercero de carrera y se quedó hasta finalizarla. Jamás me atreví a dirigirle una palabra, ni tan siquiera a aguantar su mirada por más de un breve segundo, o un suspiro interior. Pero fue gracias a ella que descubrí mi verdadera esencia.

Cuando finalicé la carrera no sólo había aprendido sobre un puñado de leyes y sinsentidos del derecho, sino que también, resignada, terminé aceptando mi condición sexual. Es más, fue a raíz de mi primer beso con un compañero de carrera, cuando comprendí que lo que estaba haciendo era mentirme a mí misma. En cuanto sentí su serpenteante lengua en el interior de mi boca, todo el romanticismo que había precedido a la cita se esfumó de un plumazo. En mi vida me había sentido tan rígida y tan asqueada.

Marcia desapareció de la misma manera que desaparecieron la mayor parte de compañeros y amigos de la universidad. Cada uno fue por un camino distinto y sólo con aquellos más cercanos continué manteniendo una breve amistad. Sin embargo lo que sí perduró fue el deseo sexual frustrado y al mismo tiempo urgente que había dejado en mi cuerpo.

Cada vez que me masturbaba la imaginaba a ella tumbada sobre mí, restregando cada parte de sus curvas sobre las mías, mientras agarraba sus pechos con furia y los apretujaba entre mis manos sedientas de su piel y de sus jugos. Me corría pensando en cómo se estremecería cada curva con los espasmos del orgasmo. En cómo lo hacíamos en lugares prohibidos y públicos. E incluso, yendo más allá en mis fantasías, en cómo nos exhibíamos al mundo para que todos nos vieran darnos placer mutuo.

Por eso llegué a un punto de desesperación que no pude soportar más. Me inscribí en una página de citas online, con la esperanza de encontrar a una atractiva mujer con la que poder dar rienda suelta a mis fantasías de la manera más discreta posible. Y fue aquí donde encontré a Enma, una despampanante madura liberada, curvilínea, moderna y segura de sí misma. Pero sobre todo, una mujer experimentada. Sabía lo que hacía porque había tenido una vida marcada por la experimentación y por irse aceptando poco a poco. Precisamente por eso me entendió a la perfección cuando le pedí discreción.

Te entiendo. Pero voy a hacer que toda esa tontería se te pase con el pedazo de polvo que te voy a regalar.

Esa simple frase me hizo temblar de pies a cabeza, humedecerme tanto que mis jugos vaginales acabaron empapándolo todo en mi entrepierna. Esa noche tuve que masturbarme tres veces mientras me imaginaba a esa mujer a merced de mis caricias.

Quedamos en una terracita en un bar alternativo en pleno barrio gótico barcelonés. Enma era más alta y más morena de lo que sus fotos transmitían. También es verdad que vestía unos taconazos de aguja exclusivos. Su camisa blanca transparentaba un sujetador de encaje negro y su falda caía con recato hasta sus rodillas. Era elegante, femenina y tenía una clase propia de una mujer que había alcanzado cierto estatus social.

Tomamos un espumoso café juntas. Charlamos de trivialidades. Me aconsejó un par de firmas para empezar mi trabajo como abogada. Me dio incluso su tarjeta de negocios para que me pusiese en contacto con ella en caso de necesitar algún consejo profesional. Trabajaba como gerente administrativa en una empresa farmacéutica. Al cabo de una hora, decidió finalmente que la charla había terminado y que era de ponerse a la acción.

Así fue como me llevó a su piso, no muy lejos de aquel bar. Minimalisticamente decorado, mostraba un especial cuidado por el orden.

-Ponte cómoda, pero empieza a desnudarte ya. No aguanto verte así….

Me sorprendió la autoridad de sus palabras, pero al mismo tiempo me excitaron y elevaron las pulsaciones y las estocadas que empezó a propinar mi propio corazón. Me condujo hacia una habitación donde el único mueble era una gigantesca cama con un algodonoso y esponjoso edredón de plumas. Me empecé a desnudar allí con torpeza y ardor. El deseo recorría cada parte de mi cuerpo, llegando al clítoris, que palpitaba escandalosamente ansioso por ser acariciado.

Ella se desnudó también en frente de mí, dejando solo su ropa interior, igual de pulcra y elegante. Deshizo el moño que llevaba y su melena morena cayó sobre su cuerpo en una cascada azabache. Cómo me ponía. Tenía las caderas anchas y las tetas grandes.. Por el contrario yo tenía un pecho pequeño pero turgente, el cabello corto, rubio y diligentemente peinado y un cuerpo esbelto y fino. Ella se mordió el labio y se acercó a mí. Su potente mirada ambarina se cruzó con la mía, transparente y aguamarina, como si interara reflejar el alma que trataba siempre de esconder.

-Ven aquí -dijo, arrastrándome hacia su cuerpo. -Me gustan las que son como tú. Menuditas y frágiles. Me encanta como las primerizas os estremecéis bajo mis caricias. Me encanta escucharos suplicar por más -sus palabras, susurradas con cierta autoridad, hicieron que mis piernas empezaran a vibrar. -Apuesto a que este va a ser tu primer beso -sentenció. Y acto seguido me plantó un apasionado morreo.

Su lengua recorrió mi boca con dulzura y determinación. Al principio despacio, y luego más urgente en cuanto yo empecé a responder favorablemente a su estímulo. Al cabo, sentí sus manos sobre mis nalgas. Las apretaron con avidez al tiempo que me apretaba contra su cuerpo. Enma, aún sin tacones, debía medir un metro setenta y cinco mínimo, mientras que yo a penas llegaba al metro sesenta. Me hizo sentir totalmente a su merced, olvidándome por completo de mis ansias de controlarlo todo. Me dejé llevar al instante en el que posó sus labios sobre los míos

Cuando se desprendió de mi boca, llevó sus dedos al interior de mis bragas e introdujo sus dedos en el interior de mi coño híper humedecido . Soltó un suspiro de sorpresa mientras introducía un dedo que entró con facilidad. Me tuve que apoyar sobre ella para no derretirme allí mismo. Terminó tumbándome de un empujón sobre la cama mientras se situaba ella a horcajadas. Me sacó de un tirón el sujetador y las bragas y quedé completamente desnuda, ardiente y ávida. Ella también se desprendió de su sujetador, y dejó a relucir dos pechos redondeados y llenos. Alzó mis manos para que los tocase y los apretujase. Luego los bajó hasta mi boca.

-Lámeme -exigió.

Y lo hice con gusto y deleite, mientras los jugos recorrían mi vagina con premura, como si fueran ríos. Lamí ambos pechos hasta que sus pezones se endurecieron por completo. Luego ella se desprendió de sus bragas y dejó al descubierto un coño totalmente depilado. Me besó de nuevo, sin llegar a tocarme el cuerpo. Luego, gateando, situó su vagina sobre mi boca, y sin darme opción a más ordenó nuevamente que la lamiese. Lamí un coño por primera vez y su néctar me supo a ambrosía de los dioses. Chupé, succioné y lamí su clítoris como a mi me hubiera gustado hacerlo. Nunca lo había hecho, sin embargo ella terminó corriéndose en mi boca.

-Es tu turno ahora -susurró, después de sentirse aliviada.

Chupó mis pezones, ya endurecidos por el roce. Recorrió con su lengua cada parte de mi cuerpo y poco a poco, haciéndose de rogar, fue bajando hacia mi entrepierna. Lamió mis ingles, evitando el área que urgía ser acariciada, mientras que sus manos seguían acariciando mi cuerpo. Sin darme cuenta, yo había empezado a gemir y subía y bajaba la cadera, suplicando silenciosamente el verdadero placer.

Finalmente ella introdujo sus dedos en mi vagina y empezó a moverlos rítmicamente mientras desataba el mar que siempre había tenido escondido dentro. Paró un momento para saborear un apasionado morreo, que todavía sabía al néctar de su coño. Finalmente y sin previo aviso, bajó su boca a mi vagina y empezó a lamer suavemente mi hinchado clítoris, hasta que unos minutos después, desató la furia de un orgasmo chorreante y largamente deseado.

Enma me dejó experimentar con su cuerpo y le correspondí de la misma manera con el mío. Me enseñó sin enseñarme, mostrándome en todo el momento las variadas y reactivas terminaciones nerviosas del cuerpo femenino. Salí de su casa saciada y con un dulce y placentero cansancio. Esa noche dormí como nunca.

Esa fue mi primera vez con una mujer. La historia con Enma empezó y terminó ese día. No obstante fue la primera de muchas historias lésbicas que más adelante se sucederían. No recuerdo si fue ese día en especial, pero poco a poco mi rigidez fue trasnformándose en una potente luz interior que iluminaría mi camino hacia mi libertad sexual. Si algo he aprendido con esta primera historia es que una no puede renunciar a su verdadera esencia.



Comments
1:56 pm Wednesday, 23rd October, 2019

Muy buen relato. Gran imaginación para describir las impresiones de una lesbiana primeriza. Deberías escribir más como este. ¿Te animas a escribir alguno de mujeres experimentando con travestis?

1:17 pm Monday, 20th April, 2020

Uff, esta historia es que me puso muy caliente, q ganas

9:22 pm Thursday, 23rd April, 2020

Hola

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