I
Las siluetas de las personas se adivinaban como sombras errantes en el interior del tren. Los pasajeros bajaron cabizbajos y se apresuraron a poner sus capuchas y a abrir sus paraguas en cuanto el tren llegó a la parada. Subió. Eran las nueve de la noche. Las farolas hacían bailotear su luz tras los cristales empañados de gotas de lluvia y humedad. Se sentó en uno de los múltiples asientos vacíos que quedaban a esas horas. Allí se encontró con el azar de sopetón, sin que nadie la advirtiese sobre ello. El universo tenía su manera siniestra de divertirse con el resto de la gente. Lo vio a él, sentado, con la mirada clavada en la de ella, como si de repente se hubiesen encontrado al mismo tiempo. Demasiado tarde para huir. Demasiado tarde para inventar algún movimiento que sirviese de excusa. Dejó de respirar, sin embargo, su corazón empezó a palpitar tan fuerte que sintió un ominoso dolor en el pecho. Tan real y metafórico que le dolía por fuera y por dentro del alma.
Él la miró, con la misma intensidad de un depredador que observa a la presa que está a punto de devorar.
Los recuerdos de ella se fueron sucediendo poco a poco. Primero cuando lo había conocido por primera vez en su antiguo trabajo. El taciturno hombre que respondía casi siempre con monosílabos a todo aquel que preguntara algo. Tal vez por lo anodino de su trabajo en contabilidad, o por la vida que se le iba escapando de las manos en una tediosa e intrascendente rutina. Secretamente fue averiguando que tenía esposa e hijos y vivía no muy lejos de su casa. Era un hombre prohibido y obtuso por naturaleza. En la fiesta de navidad, cuando todos estaban embriagados, intentó un movimiento torpe que él rechazó con rudeza y casi con violencia. Enérgico, robusto y de altura considerable; no obstante lo que más destacaban de él eran sus ojos grisáceos de mar turbulento y siniestro y unas manos grandes y firmes que desataban ensoñaciones y suspiros en ella.
Desde entonces se sintió avergonzada, y casi juraría haber cambiado de trabajo por ese encontronazo fallido. Por lo tanto, no se lo imaginaba allí, sentado en la soledad de su asiento, mirándola tan fijamente que sintió cada retazo de color que empezaba a surcar su mejillas. Su corazón tamborileaba desesperado. Él no paraba de mirarla. Había dejado crecer una barba que se asomaba entre ceniza y caoba. Pero tras su vello facial se adivinaban unos labios esponjosos y decididos. Por un momento, no se atrevió siquiera a respirar, hasta que la voz impersonal y robótica de mujer anunció por los altavoces su parada. El tiempo, de alguna manera enrevesada, había dejado de existir. Se levantó aturdida y tambaleándose. Desvió la mirada y sintió que se soltaba de una cuerda que la había estado atando a la presencia del hombre.
Mientras el tren paraba y se asía a la barandilla metálica, sintió una mano que la sujetaba al par que ella, sólo unas pulgadas más arriba. Sintió su presencia, su energía y su intensidad. Sintió que casi se tocaban y que su respiración candente la envolvía por completo.
Ambos bajaron al mismo tiempo
II
Sentir la humedad de una mujer que se siente deseada y que desea al mismo tiempo es lo mejor que le había pasado en mucho tiempo. Tanto tiempo sin sentir ese dulce manjar, esas sensaciones…
Al principio creyó volverse loco, luego se sumió en una indolente apatía que lo apartó de su felicidad. Una temible resignación que desembocó en un vacío total. Era un espectro que deambulaba por la vida sin pasiones ni alegrías. Algunos lo llamaban estabilidad. Otros encontraban felicidad en ese estadío. Para él era una resignación mediocre. La vida perfecta según las normas sociales.
La había deseado al instante de conocerla. Sus curvas, sus pechos prominentes, la cabellera morena y larga que caía sobre su espalda. Se imaginaba aferrándose a ella, montándola como un animal enfurecido, la bestia dormida que llevaba dentro y que con el paso del tiempo se había empequeñecido. Se imaginaba muchas cosas pero todo había quedado ahí, simplemente.
Hasta esa noche húmeda y solitaria.
Había bajado en la misma parada que ella. Podía sentir que sus labios se humedecían y respiraba entrecortadamente mientras él la perseguía. Estaba en lo cierto seguro. Ella lo deseaba tanto como él a ella. Se lo había dejado caer aquel día de borrachera y se había sentido terriblemente enfadado con ella y con él mismo... por falta de arrojo y por escrúpulos impuestos.
Al cabo decidió coger su mano y la guió por un oscuro y secreto callejón que se desvanecía en un lóbrego parque boscoso. Sintió cómo se estremecía. Cómo empezaba a temblar. Sintió cómo su dureza se agravaba y empinaba, con tanta desesperación y tormento que hacía tiempo que no recordaba sentir un deseo tan loco. Ella se agarraba de su mano más fuerte a medida que penetraban el oscuro bosque.
En cuanto encontró el primer rincón alejado de luces y mirones, la empotró contra la corteza de un ancho tronco de roble. Su respiración se entrelazó con la de él.
-Sueña -le ordenó, y ella cerró los ojos y se dejó hacer.
Se besaron con desenfreno, con locura. Sus lenguas se buscaron desesperadas por sentir la calidez e intensidad del otro. Él arrancó su chaqueta. Ella gimió brevemente en cuanto él pudo posar sus amplias manos en sus pechos grandes y turgentes. Le arrancó los botones de la camisa, sin consideración y al instante y acto seguido su sujetador negro, de ribetes lenceros. En cuanto posó sus manos en sus pezones, y tocó piel con piel, él sintió cómo se le erizaban los vellos de cada parte de su cuerpo. Los apretó con premura, mientras ella mordía su cuello con avidez y arrastraba su cadera a la misma altura que la de él y se apretaba contra su entrepierna.
Ella sintió su erección completa, bajo los pantalones de él, y se sintió humedecer por completo y que sus piernas se le derretían, como si fueran mantequilla. Él la sujetó con las caderas y se frotó sobre ella. Los gemidos empezaban a escapar de su garganta con más delirio.
Le subió la falda y bajó sus bragas, de ribetes negros y bien conjuntadas. Ella volvió a estremecerse, por el frío y por la intensidad y por el deseo que se desesperaba por satisfacer.
Él introdujo sus dedos, que se mojaron al instante.
Ella gimió, besó y mordió su cuello nuevamente. Él hizo lo mismo, mientras iba empujando los dedos rítmicamente. Le encantaba sentir esa humedad candente e insaciable. Una humedad que lo hacía sentirse deseado nuevamente, al borde del culmen del placer, de la excitación, de sentir, en fin… algo.
Ella sacó su abrigo y se fue directamente a desabrochar su cinturón… y luego su pantalón, hasta que introdujo su mano en sus pantalones y sacó su miembro erecto y duro., que empezó a acariciar con premura y dedicación. Al cabo se arrodilló con vehemencia, y probó su polla, saboreándola con cada lametazo.
Él sintió que iba a estallar pronto. Sacó su boca de su miembro apunto de estallar y la giró de manera que sus brazos y rostro descansaran sobre la corteza del árbol. Asió su trasero, turgente y redondeado. Acercó su miembro y empezó a frotar, mientras le besaba el cuello, deleitándose en el momento, alargándolo un poco más. Sus manos agarraron su pechos y la apretó contra él.
-Fóllame ya -pidió ella, en un susurro ahogado.
Decidido a satisfacerla, entró dentro de su humedad con premura y violencia. La penetración fue dura y salvaje, entraba y salía cada vez con más intensidad, mientras ella sucumbía a un orgasmo tan húmedo que sus jugos escaparon sobre sus muslos...
...hasta que finalmente él terminó en un torrente espasmódico de placer.
Estuvieron un minuto más o unos segundo tal vez, mientras recuperaban la respiración, sintiendo la tibieza de sus respiraciones.
Al cabo se vistieron y se arrebujaron en sus ropas, volviendo a sentir el frío y la humedad del ambiente una vez que salieron del abrigo de sus cuerpos.
Cada uno se fue por su propio lado, en direcciones opuestas. La noche había dejado de salpicar su mojado manto de llovizna y las estrellas se empezaban a divisar tras esponjosas nubes plateadas. Un sueño.
4:18 pm Thursday, 24th December, 2020
Increíble relato mE gustó mucho y mE dejo caliente |
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8:21 pm Thursday, 24th December, 2020
Me dejo con ganas de hacer lo mismo en ese momento, que bello relato |