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Una noche de placer con ella

12:56 am Friday, 4th June, 2021

Que la pollera corta que usabas me calentaba un montón cómo te quedaba, lo tenías bien en claro a la hora de recibirme. Entré a tu depto y sentí tu boca en la mía con ese calor y esa cadencia para besar que me había hecho quedar prendado de vos la primera vez que salimos. Esa noche hicimos nuestro rito de charlar de nuestras cosas, comer algo rico y tomar unas cervezas bien frías, como nos gustaba. La velada incluía ver una película y así estuvimos largo rato sentados en tu sofá, pero a partir de ahí los recuerdos se me trastocan y toda imagen que recuerdo después se vuelca en escenas de intensidad y de felicidad.
Te fui besando tentado de ganas a cada rato, mordí tus labios, me alimenté de tu boca y todo eso iba elevando la temperatura entre nosotros. Tus pechos tuvieron siempre para mí esa redondez provocativa que me hacía agua la boca, apretados en tu camisa o blusa como a menudo solías vestirte, destacando esa figura tuya de cintura pequeña, pechos hermosos y una cola con la que siempre estuve caliente. Tus piernas fueron siempre algo que me fascinaron.
En algún momento entre película y toqueteos mutuos, hablaste mal de un filme que sabías me gustaba y eso me causó mucha gracia porque te gustaba ser chica mala y eso solo podía ser encarrilado de una sola manera.
Te di la orden de extenderte a todo lo largo del sofá, yo sentado y debajo tuyo, con tu cola delante mío, vos sobre mis piernas. La perfección de tu cuerpo era algo que a mí me conmovía, y tenerte así, tan entregada, me hacía temblar por dentro. Tuve, sin embargo, que ponerme rígido, estricto, y mientras te sujetaba el pelo con fuerza con una mano, con la otra iba inspeccionando bajo tu falda, descubriendo en parte tu cola, tu hermosa cola. Procedí a darte las palmadas enérgicas que hacían falta, para hacerte entrar en razón, y tus ayes fueron primero bajos y luego cada vez más fuertes. Tu piel blanca se iba sonrojando con cada vez que mi mano caía con todo su peso. El ruido del choque de mi palma con tu cola era excitante y tus exhalaciones dejaban en claro cómo sentías placer también. Estuve un rato así y, luego, tentado de esa bombacha de algodón que usabas, tan cavada, tan de dejar cada lado de tu cola expuesta, curva, armoniosa como era, empecé a meterte los dedos por debajo. Los labios de tu sexo se entregaban a mí, y tu agujero más chiquito se abría al paso de mi indecencia. Alternaba alguna palmada más cada tanto, mientras te ibas mojando en ese juego de ayes y gemidos.
Pero eso no podía ser todo. En nuestra complicidad había que ir por más y fuiste a ponerte portaligas y la ropa íntima en juego.
Te encantaba todo eso, y a mí me hacía sentir una borrachera de placer que me potenciaba aún más el deseo por vos. Ya cambiada y en el sofá te puse con las rodillas apoyadas en el sillón y los brazos sobre el respaldo. Mirarte en ese instante era de una belleza que intimidaba, conmovía, me hacía admirar la perfección de tu cuerpo. Ya estabas aprendiendo a obedecer y no portarte tan mal, tus palabras se iban volviendo cada vez más complacientes conmigo. Lo soez o lo ardiente no tenían diferencia en ese momento, era nuestro momento y estábamos descubriéndonos como pareja en esas aventuras. Saqué mi cinto, lo doblé e hice que olvidaras por completo mis palmadas. El territorio de nuestro acuerdo iba sobre tu cola y sólo lo más cerca de la pierna. Tu lívido transitaba esa zona. La mía por hacerte todo eso.
La noche se puso más intensa, te ibas mojando. Yo palpaba ese placer cada tanto y veía cómo se lubricaba de deseo. Me aseguré que no te olvidaras mas
Con los días me mostraste con una sonrisa pícara cómo te había quedado la cola.
A esa altura ya tenía mi propio sexo fuera del pantalón, un miembro duro que mirabas con ganas, la cabeza grande para que la sientas bien al entrar. Pero jugué un rato más con tu cuerpo, metí dedos, recorrí la línea de tu cola, lamí, llevé mi lengua entre lo profundo y mojado tuyo y los bordes aún sin dilatar de tu agujero más pequeño. Todo me volvía loco en vos. Todo era rico en mi boca. Cuando ya estábamos los dos incendiados de ganas decidí meterte de una buena vez todo lo que venía juntando de deseo por vos, lo que ya habíamos hecho fue realización, pero también fue escalonamiento que nos llevó a una intensidad que queríamos sentir los dos. Y la sensación de entrar dentro tuyo fue de infinitud, de un placer inconmensurable. Te tomé del pelo y lo tiré con fuerza, te doblaste y te arqueaste sin poder cambiar de posición, entre tus piernas ya estabas estacada, sostenida hasta el fondo, hincada en lo más profundo de tu grieta. Bailamos ese rato en un compás de sensaciones que nos unían al punto de ser un solo animal mítico de dos cabezas. Vivíamos como un oleaje cada vaivén. Cada tanto alguna palmada fuerte. Te dabas vuelta mirándome con una cara de lujuria que no voy a olvidar más, con esos labios mordiéndose, con tus ojos entornados, cerrándose y abriéndose al ritmo de nuestra cabalgata.
Y cuando ya todo era incendio terminé de dilatar con mis dedos tu cola y te metí con fuerza para acelerar ese último trecho y acabarte adentro en ese pequeño espacio que te hizo emitir una voz profunda, gutural, mezcla explosiva de animales de la selva. Temblaste.
Acabé y te besé trayéndote hacia mí sin sacarla de adentro tuyo. Me aferré a esos labios largamente y cuando ya no me quedó resto, te puse la pija delante de la cara y terminaste de chuparme todo resto de esperma que aún podía quedar.
Nos abrazamos fuerte después y fuimos a tu cama, felices, contentos, realizados, para descansar un rato de tanto amor intenso.



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