Llegué puntualmente. Pasé por el vestíbulo del hotel y me dirigí a la habitación en la que me esperaba.
Llamé a la puerta. Dos toques, tres toques, dos toques… era nuestra contraseña. La puerta se abrió lentamente, y allí estaba ella, recibiéndome tal como habíamos quedado. Llevaba un conjunto de ropa interior negro, con medias ajustadas y tacones. Su largo pelo azabache estaba recogido en un moño, de esta manera lucía mejor el collar que rodeaba su cuello, del que sobresalía una una hebilla reluciente.
Cerré la puerta, y ella me quitó el abrigo, que guardó en un armario. Le dije que cogiera un paquete que encontraría en uno de los bolsillos y que tenía que dejar en la mesita, al costado de la cama. Mientras lo hacía no podía dejar de observarla. Cada uno de sus movimientos me parecían sensuales, hiciera lo que hiciera. Así lo hizo y después se acercó a mi.
—¿Qué deseas?— Me preguntó.
—Quiero que me quites la camisa, poco a poco, mientras me cuentas cuándo y cómo ha sido la última vez que te has acariciado pensando en mi. Me gusta que me cuentes cómo dejas de ser una educada mujer y te conviertes en una zorra que no deja de pensar en darse placer.
Ella se ruborizó al instante. Su respiración cambió levemente y mientras iba abriendo cada botón de mi camisa empezó a contármelo.
—Ha sido esta mañana, en el trabajo. No paraba de pensar en la cita de esta noche y estaba tan caliente que no podía concentrarme. Me he ido al baño y con mi succionador de clítoris de bolsillo me he corrido enseguida. Casi me ahogo intentando que no se me oyera, mientras me imaginaba que eras tú el que me comía…
—Me parece perfecto—le respondí.
Acabó de quitarme la camisa, dejándola delicadamente en una silla. Su mirada era intensa. Sus ojos centelleaban y su respiración cada vez era más marcada.
—Quédate delante de la cama—le dije. Me tumbé boca arriba y poco a poco me quité lo que me quedaba de ropa. Al quitarme por último la ropa interior mi miembro estaba completamente duro. Ella mantenía la postura, pero notaba su tensión interior.—¿Estás mirando mi polla?
—Sí—respondió.
Con un gesto le dije que se sentara a mi lado, mientras yo me iba acariciando muy lentamente. En un momento levanté la mano que estaba utilizando para acariciarme y se la puse delante de la boca.—Quiero que la dejes bien húmeda.Disciplinadamente cogió mi mano con las suyas y empezó a lamerla, metiendo los dedos en su boca, derramando saliva. Cuando estuvo bien mojada me la llevé de nuevo a mi miembro y seguí acariciándome, lentamente, disfrutando de cómo deslizaba al moverla arriba y abajo.
—Quiero que te quites sólo las bragas, y que te coloques encima mío, lista para que te claves en mi… pero no lo hagas todavía. Así lo hizo, se quitó las braguitas y lentamente se colocó encima mío, con su sexo sobre el mío. Me agarré el miembro, que todavía estaba empapado de saliva y lo empecé a mover entre sus labios. Las dos humedades se juntaron, ya que ella estaba completamente mojada. Deslizaba el capullo dese su clítoris hacia atrás, abriéndose paso entre sus labios. Una vez atrás, lo metía un poco y volvía a deshacer el camino.
—Cierra los ojos. Y déjate caer, quiero que te vayas clavando en mi, poco a poco. No digas nada, quiero ver como aguantas sin gemir absolutamente nada.
Así lo hizo. Su cuerpo empezó a bajar mientras mi polla entraba en medio de un placer bestial, deslizándose suavemente. Una vez llegó hasta el fondo soltó un pequeño gemido que no pudo reprimir mientras se mordía los labios con fuerza. Su cara era una mezcla de placer y dolor que a mi me volvía loco.
—No te muevas, quédate ahí clavada con los ojos bien cerrados. Así lo hizo, y mientras alargué la mano al paquete que tenía en la mesilla. Lo abrí y saque una pequeña cadena. En un estreno tenía un mosquetón pequeñito y en la otra una correa de cuero negro. Até el mosquetón a la hebilla.
—Ya puedes abrir los ojos—le dije mientras tiraba suavemente de ella. Al abrir los ojos no pudo dejar escapar un suspiro. —Ahora ya sabes qué quiero que hagas.
Y vaya si lo sabía. Habíamos fantaseado mucho con esa situación pero no la habíamos podido hacer hasta ahora. Se echó un poco hacia atrás y empezó a cabalgar sobre mí. La cadena estaba en tensión, sujetada por mí. Ella colocó sus brazos apoyados atrás, sobre mis piernas y yo tiraba lo justo para que la cadena estuviera tensa.
El placer era inmenso, no sólo el físico. Ella frotaba su pelvis sobre la mía, sacando hasta el último átomo de placer mientras yo la controlaba con la cadena, a veces tirando más, haciendo que la tensión fuera mayor. Ella no paraba de mirar la cadena, como si fuera un amuleto, como si fuera el centro del placer que nos unía en esa danza desbocada. Cada vez más tensa, cada vez con más placer, y cada vez perdiendo más y más el control. Sin darnos cuenta llegó el momento en que ella tiraba con su cuerpo hacia atrás con una fuerza inusual mientras me galopaba, y yo la sujetaba teniendo que hacer verdadera fuerza para que no se fuera atrás. Ello multiplicó nuestro placer hasta que ambos llegamos al orgasmo, ella primero, gritando sin control y yo después, descargando, gimiendo, agarrado a la cadena, viendo cómo ella se retorcía de placer.
Sin apenas respiración los dos nos quedamos mirándonos un último instante hasta que dejamos de tirar uno del otro… la acerqué suavemente hacia mí y dejé que se tumbara encima mío, entre jadeos y risas, mientras le acariciaba la espalda…