Imaginaba una pareja de amantes protagonizando una fiesta dieciochera de empanada y chicha.
Ellos desnudos y sentados, frente a frente, conectados, pegado, erredados uno entre las piernas del otro.
Ella intentando degustar uno de esos jugosos sobres de maza, rellenos de sabrozo pino, cuyo jugo se escurre por su cuerpo, derramándose desde sus labios, hacia su barbilla, pechos y abdomen para finalizar en su entrepierna que ya no puede estar más caliente. Mientras el jugo la baña, besa a su amante, compartíendole la carne caliente y la cebolla.
Él, bebé chicha desde un tradicional cacho y ella liba desde sus labios el dulce licor de la vid, que fluye de una boca a la otra y de regreso cual marea que va y viene.
Ya embriagados, con sus pensamientos aligerados por el elixir dieciochero y sus cuerpos suavemente lubricado con el relleno de la empanada, que los hace lucir brillantes, se trenzan en una sabrosa espiral de sexo cuya intensidad se incrementa e incrementa, creciendo sin control, cocinándolos en placer, haciéndoles hervir la sangre, en un horno de lujuria al son de una cueca.
Cual Gallo que ya sedujo a su compañera en el ruedo, y con la enérgía propia del zapateo del Huaso, su fiesta de sexo y comida, lleno de sabor a tradición, lubricado en empanada y desquiciado en chica, que sigue y sigue hasta hacerlos explotar en un glorioso viva la patria, mientras ella se inunda de él y él se deshace dentro de ella, desfalleciedo satisfechos.
Viva el diciocho, viva el sexo y a gozar con responsabilidad.
La imaginación, la seducción, la dominación, la complicidad, el juego, la confianza, la risa y la lujuria son los condimentos que hacen del sexo un plato grandioso.
