Me sentí nuevamente muy enamorada de Ronald. Me sentí deseable y deseante. Con un hondo suspiro intenté llenarme de todo ese aire tan saludable, tan lleno de pecados sin culpas. Nunca había vivido semejante sensación de liberación.
Envuelta en esa insolente osadía invité a Ronald a ir al mar. Nos adentramos de a poco, disfrutando en cámara lenta de esa nueva sensación. Las olas burbujeaban con gracia entre mis piernas y masajeaban mis senos con energía.
Tras haber cruzado la rompiente, dejé que mi cuerpo flotara al vaivén de un oleaje gentil, que me elevaba y descendía con levedad y sosiego. Flotaba boca arriba en la más despojada y libertina desnudez. Ronald se acercó, clavó los pies en la arena y extendió sus brazos para llevar las palmas de sus manos hacia mi espalda, manteniéndome paralela a la superficie. No podía ver su rostro, estaba parado detrás de mi cabeza. El mar se había vuelto calmo, casi un espejo. Sentía que levitaba.
El contacto de sus manos en mi espalda me daba seguridad. Pero el entorno impúdico me enardecía y empezaba a desear sus caricias en todo mi cuerpo.
Como si me hubiese leído la mente (o tal vez por haber advertido un suspiro fugitivo) puso su cabeza sobre mi oreja derecha y comenzó a besarme el cuello. Lo hacía como nunca, sin prisa alguna, en cámara lenta, un beso tras otro en una parsimoniosa cadencia, con cálida ternura y delicada humedad. Mi interior comenzaba a encenderse y podía advertir cómo aumentaba la temperatura de mi pelvis. Sus labios fueron ascendiendo pausadamente hasta llegar al lóbulo de mi oreja, con el que se entretuvo jugueteando con su lengua antes de continuar por mi mejilla al encuentro con mis labios. Nos besamos larga y profundamente, llenos de pasión y sensualidad, fundiendo nuestras lenguas en ese espacio de comunión.
Sin que Ronald me soltara la espalda unas suaves caricias recorrieron mi abdomen en círculos y, progresivamente, ascendían con sigilo hacia mi busto. Abstraída en toda esta inédita ola de placer, mantenía los ojos cerrados para impedir que mi mente se distrajera con otros estímulos que no fueran los táctiles. Pero no pude evitar abrirlos cuando el lado izquierdo de mi cuello recibía la suavidad de otros labios. Una hermosa morena surgida de la nada, de ojos negros rasgados y mirada lasciva, con una nariz pequeña que contrastaba con su trompa carnosa, había comenzado a pasar su mano por mis senos.
Continuará.......