Rebusco entre las montañas y montañas de objetos esparcidos por el suelo
de mi dormitorio. Voy a llegar tarde. El viernes, después de haber sido
puntual toda la semana, voy a llegar tarde.
—¡Kate! —grito desesperada. ¿Dónde rayos están? Salgo corriendo al
descansillo y me inclino sobre la barandilla—. ¡Kate!
Oigo el familiar sonido de una cuchara de madera que golpea los
bordes de un cuenco de cerámica y Kate aparece al final de la escalera. Me
mira con expresión de cansancio. Es un mohín al que me he acostumbrado
últimamente.
—¡Las llaves! ¿Has visto las llaves de mi coche? —pregunto a toda
velocidad.
—Están en la mesita de café, donde las dejaste anoche. —Pone los
ojos en blanco y ella y la masa para tartas vuelven a meterse en el taller.
Cruzo el descansillo como una flecha y encuentro las llaves de mi
coche bajo una pila de revistas del corazón.
—Otra vez jugando al escondite —murmuro para mí misma. Cojo mi
cinturón marrón tostado, los tacones y el portátil. Bajo la escalera y
encuentro a Kate en el taller echando cucharadas de masa en varios
moldes.
—Tienes que ordenar tu habitación, Ava. Es un maldito desastre —
protesta.
Sí, mi organización personal es chocante, sobre todo teniendo en
cuenta que soy diseñadora de interiores y que me paso el día coordinando y
organizando. Recojo el teléfono de la robusta mesa de madera y meto el
dedo en la masa para tartas de Kate.
—No puedo ser buena en todo.
—¡Fuera de aquí! —Aparta mi mano con la cuchara de madera—.
Además, ¿para qué necesitas el coche? —me pregunta mientras se inclina
para alisar la masa. Mantiene la lengua apoyada sobre el labio inferior en
un gesto de concentración.
—Tengo una primera reunión en Surrey Hills, una mansión en el campo.
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