Después de más de horas de follada salvaje, Sofía comenzó
a sentir que no podía más. Creía que ya la habían follado
todos y cada uno de ellos por todos sus agujeros, cuando
la voz de su marido le recordó algo
-Falta el negro
Lo dijo con naturalidad. Ella casi ni se acordaba. Recordaba
que había sido una de las pollas mas gigantescas que había
mamado en su vida, casi parecía artificial de puro grande,
como un artículo de sex-shop, pero no le parecía que la hubiera
penetrado. Todos los hombres se separaron del lecho. Yolanda
la colocó a cuatro patas. Se creó un silencio expectante.
Pero cuando aquello se acercó, superó todas sus previsiones:
el espectáculo había surtido su efecto, y el oscuro miembro
parecía irreal. Calculó que mediría al menos veintiocho
o treinta centímetros, pero lo más monstruoso era su grosor.
No sabría precisarlo, pero no era mucho menor que el de las
“litronas” de Coca-cola que bebían en casa. Pensó en negarse,
pero la tentación del reto era demasiado fuerte y, metiendo
una mano entre sus piernas, comenzó a abrirse los labios
de su vagina todo lo que daban de sí. Ángel y Luis enarcaron
una ceja cómplice
- No, no… ¡Por el culo directamente, cariño! Después de
todo ya lo tienes bien dilatado…
Sofía abrió la boca para negarse, pero la risa de los presentes,
su amiga Yolanda incluida, le hicieron cambiar de inmediato
la expresión y, dirigiéndose a su marido, exclamó sonriendo
con malicia
- ¿Os gustaría verlo, eh, cerdos? ¿Creéis que no soy capaz?
¡Pues mirad esto!
Y al tiempo, hacía gestos al africano para que se acercara.
Éste parecía estarlo deseando, y mientras Yolanda separaba
todo lo que podía las nalgas de Sofía, no se lo pensó dos veces
y se la introdujo con fuerza, casi de un tirón. Pudieron
oírse murmullos de asombro, era una dilatación increíble,
todos los varones arreciaron en su actividad masturbatoria,
y hasta Yolanda, muy concentrada hasta entonces en colaborar
lo más asépticamente posible en la fiesta, no pudo evitar
tocarse con vigor sobre su tanga. Aquella dilatación tenía
el diámetro de un palmo de su mano, era la primera vez en su
vida que veía algo igual.
Sofía miró por encima de su hombro y exclamó
- ¡Venga, más fuerte, hasta el fondo, cabrón, rómpeme si
puedes, a ver hasta dónde te entra!
No hubo que insistir mucho. De repente, los diez o quince
centímetros que aún faltaban fueron engullidos de golpe
por su culo. Ahora sí que sentía dolor, pero fue ampliamente
compensado por el orgasmo más salvaje que recordaba. En
apenas medio minuto de vigorosas enculadas, sintió que
explotaba como nunca lo había sentido. A su moreno compañero
debía de pasarle lo mismo, ya que empezó a gritar en mal castellano
que se corría.
Yolanda le hizo retirarse de dentro de Sofía, ahora lentamente
para que ésta disfrutara las últimas convulsiones de su
orgasmo. Aquel ano estaba tan maravillosamente dilatado
que se podría haber introducido una ciruela en él sin que
tocara los bordes. A continuación, su solícita ayudante
le dio la vuelta y la tumbó delicadamente en la cama, boca
arriba. Se volvió hacia todos aquellos folladores y masturbadores
compulsivos y les anunció
- Ahora sí, viciosos, a ver que teníais en los cojones.
El primero era el negro, que a duras penas había podido contener
la eyaculación. Mientras Yolanda colocaba dos gruesos
almohadones de seda bajo lo cabeza de Sofía, un grueso chorro
de semen salió disparado contra la cara de ésta. Ángel intentaba
poner orden, y más o menos espontáneamente se fueron organizando
de nuevo alrededor de ella. Se fijó en que tenía las medias
rotas y había perdido los zapatos, pero lamió con glotonería
el espeso semen de sus labios al tiempo que, intuyendo otra
descarga, abría rápidamente su boca.
¡Justo a tiempo! La segunda corrida le acertó de lleno sobre
la lengua, y la tercera, casi inmediata, le alcanzó el fondo
de la garganta. Comenzó a engullir a grandes tragos aquel
tesoro líquido. Yolanda, apoyada junto a ella, le sujetó
la mandíbula inferior para que mantuviera la boca abierta.
Se sucedieron la tercera, cuarta y quinta eyaculación,
casi simultáneas. Sofía ya casi no podía tragar tanto esperma
y, tras paladearlo voluptuosamente, comenzó a escupirlo,
mezclado con gran cantidad de su propia saliva, pero Yolanda
se lo empujaba de nuevo con el dedo hacia la boca. Uno tras
otro, se fueron corriendo. En un breve momento de pausa,
Yolanda se dirigió a la mesa donde se hallaban las botellas
y regresó con una cuchara, con la que comenzó a recoger el
cremoso semen que resbalaba por las mejillas, cuello y
tetas de la cumpleañera, así como el que llegaba hasta la
sábana de raso, y se lo volvía a introducir en la boca. En
algún momento no podo resistir la tentación y lo recogió
con su propia boca, para depositarlo después, delicadamente,
en la boca de su amiga. En otra pausa, aprovechó para recoger
el condón del rubio que se había corrido antes de tiempo
y, presionándolo con los dedos hacia abajo, hacer descender
su ya frío pero abundante contenido hasta la boca de Yolanda.