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El cumpleaños de Sofía (II)

2:47 pm Saturday, 26th October, 2019

Luis la guió cuidadosamente hasta el garaje de su casa y
la hizo subir al coche. Arrancó y el vehículo comenzó a desplazarse
con rumbo desconocido para ella. Tras unos veinte minutos
de marcha, sintió como el firme del asfalto cambiaba bajo
las ruedas, se diría que transitaban ahora por algún camino
rural. Apenas cinco minutos después, el Audi familiar
se detuvo. Su marido abrió su puerta y volvió a agarrar su
brazo para guiarla de nuevo. En un par de ocasiones le pidió
que sorteara algún escalón. El silencio era casi absoluto
a su alrededor, sólo interrumpido por el trino puntual
de algún pájaro. El aire era limpio y fresco en aquella tarde
de primavera, y Sofía sintió un extraño estremecimiento
en sus piernas y una inconfesable humedad entre ellas.
Se reconoció a si misma que no había sido del todo inocente
el hecho de haberse depilado totalmente aquella mañana,
ni el haberse vestido con aquella minifalda francamente
escandalosa que no le permitía ni agacharse un milímetro,
sus medias negras, su blusa más ceñida o sus vertiginosos
zapatos de tacón. “Es para mi marido”, se había dicho a sí
misma ante el espejo, pero ahora, en medio del nerviosismo,
tenía que reconocerse que, definitivamente, había estado
esperando algo más. Se consideraba una auténtica zorra
folladora, una bisexual insaciable, y no sabría decir si el
hecho de serlo le agradaba más a ella o a su marido.

La hizo sentar en algo mullido y sin apoyabrazos. Pese a
no oírse absolutamente nada, sabía que no estaban solos
allí. Luis comenzó desnudarla, primero la falda, después
la blusa, el sujetador y las minúsculas bragas, hasta que
se quedó únicamente con las medias y los zapatos. A continuación,
procedió a despojarla muy lentamente de su negro antifaz
y… no pudo ni siquiera ver donde estaba ni cómo era aquel
sitio. Un número indeterminado de hombres la rodeaban,
completamente desnudos y con sus pollas a la altura de su
cara, que presentaban todas las fases posibles de erección.
No pudo evitar una sonrisa que casi se transforma en carcajada.
Esperaba un chico, tal vez dos o quien sabe si hasta tres,
pero aquello… Reconoció a Yolanda, sentada a su lado en
lo que distinguió era una gran cama sólo provista de sábana
bajera; estaba vestida con lo que parecía el tanga de un
biquini y un ajustado “top”, pero el hecho de que llevara
aquellas prendas la hizo sentir a ella doblemente desnuda.
Yolanda la abrazó con fuerza entre risas, al tiempo que
gritaba ¡feliz cumpleaños!, gritos que fueron coreados
por todos los asistentes. Bueno, por casi todos, ya que
algunos parecían no poder reprimirse ni un segundo y ya
separaban las piernas de Sofía y lamían su bien rasurado
coño, con lo que difícilmente podían articular palabra.
Miró a su alrededor y comenzó a hacerse una idea del entorno:
aquello era algún tipo de casa rural, una sala inmensamente
grande y con techo muy alto. Por toda decoración había
aquella cama en el centro, una mesa con botellas de champán
francés, copas y agua, un sofá antiguo en una esquina y seis
o siete sillas alineadas contra la pared. Y si había algo
más no alcanzaba a verlo por que el número de hombres era…
¡dios mío! –pensó–, parecía incalculable. Siete, nueve,
catorce… Distinguió a Ángel, el marido de Yolanda, quien
se acercó sonriente y la besó en los labios; después, le
susurró al oído
• Tú diviértete, que Luis y yo controlaremos que este atajo
de sementales te hagan pasar un buen cumpleaños.
… Catorce, dieciséis, ¡diecisiete! ¡diecisiete tíos!
¡y uno de ellos negro como el carbón, a quien nunca había
visto! Sudanés, gambiano o… del resto conocía a algunos,
por los clubs que frecuentaban o por algún tipo de afinidad
con su marido. “¡No podré con todos!” fue su siguiente pensamiento,
que le duró bien poco. “¡Cómo no!”, se dijo con una sonrisa,
tan lasciva al menos como la que también exhibía Luis. Sentada
en el borde de la cama, comenzó a meterse en la boca con auténtica
gula aquellas pollas, al principio más lentamente, después
casi con frenesí. Notó como se iban endureciendo en su boca,
al tiempo que sus manos agarraban sendas trancas anónimas
y las masturbaban… como para fijarse en la cara en un momento
así, pensó. Comenzó a metérselas de dos en dos, al tiempo
que comprobaba como su marido había comenzado a grabar
la escena con su pequeña cámara de vídeo. Ángel intentaba
poner un poco de orden, procurando que no más de siete u ocho
tíos a la vez la rodearan e intentaran abalanzarse sobre
ella. Desde luego, algunos de ellos habían sido elegidos
con conocimiento de causa, porque un par de aquellas pollas
casi no le cabían en la boca y parecían que iban a descoyuntarle
la mandíbula, y los muy cabrones comenzaban a bombear su
boca son fuerza, parecía que le estaban follando toda la
cara, al tiempo que una multitud de manos apretaban sus
nalgas, sus tetas, sus piernas y exprimían sus pezones. Tras diez o quince minutos de enérgicas mamadas, cuando todos los penes lucían bien enhiestos, y con no pocos esfuerzos,
Ángel consiguió hacerse oír

-¡Un momento, un momento! Tenemos que brindar y soplar
las velas ¿qué cumpleaños es éste, si no?
Yolanda había escanciado un buen número de copas de champán,
que fue repartiendo entre los presentes. Algunos parecían
haberse entonado ya durante la espera. Sofía brindó feliz,
se bebió tres copas casi de un trago (la verdad es que las
necesitaba) y escuchó, curiosa, la nueva ocurrencia de
Luis y Ángel. Éste se acercó con dos velas, una con forma
de 4 y la otra con forma de 0. La tumbaron boca arriba en la
cama y le levantaron más y más las rodillas, hasta que casi
le quedaron cada una en contacto con los respectivos hombros
y las caderas muy levantadas. Entonces, al tiempo que Yolanda
la ayudaba a no perder la postura sujetando sus piernas,
Ángel le introdujo una de las velas en su coño y la otra en
su ano ¡y las encendió! Luis, con sonrisa burlona, le espetó
- No seguimos mientras no las apagues
Sofía comenzó a soplar. No era fácil en aquella postura.
Todo el mundo la jaleaba y animaba. Notaba como algunas
gotas de cera caliente caían alrededor de su culito. Hizo
un esfuerzo y al tercer o cuarto intento consiguió apagarlas
entre los aplausos y risas de los presentes. Había sido
divertido, se sentía de buen humor y muy excitada, y sin
más se quitó las velas, agarró al azar una de las pollas a
las que Yolanda había ido poniendo preservativos y se la
introdujo entre las piernas. Inmediatamente comenzó
a gemir, pero su boca fue pronto tapada por una larga lista
de duros cipotes que esperaban su turno, bien estimulados
por los rítmicos movimientos manuales de sus propietarios.
Pasaron seis u ocho, tal vez diez, Ángel tenía que emplearse
a fondo para que se turnaran. Después, un voluntario enardecido
se tumbó en la cama boca arriba y, sin excesivos miramientos,
la subió encima de él, lamiéndole los pechos al tiempo que
la penetraba vaginalmente. Antes de diez segundos, otro
voluntario estaba penetrando su culo desde atrás tras
haberlo lamido brevemente. Se la introdujo en apenas dos
o tres empujones, pero Sofía estaba tan excitada que no
sintió dolor alguno. Sudaba copiosamente, estaba empapada,
al igual que la mayoría de los hombres; comenzó a sentirse
deliciosamente sucia y pegajosa, cuando sintió que el
rubio que le estaba follando el culo en aquel momento comenzaba
a jadear y se corría en una explosión inacabable. Oyó como
Ángel le echaba la bronca y le decía que eso no era lo convenido,
que tenía que esperar para correrse, y el chaval, de no más
de veintidós años, se disculpaba como podía.



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