La primera lección, el primer encuentro.

Era delgada, no como me gustan, simplemente no tenía mucho sabor. Morena, pelo a la altura del hombro, sin cuidar, apenas peinado. La ropa no era mejor, jeans justos, no ajustados, polera cómoda pero nada interesante.

Una palabra la resumía “Sosa”, le faltaba sabor, ganas, intención.

Entonces, ¿porque estaba ahí?


Sencillo, básicamente un par de cosas, primero el morbo de que fuera nueva, casi inexperta según sus propias palabras en cualquier sentido que uno le diese a la palabra (sólo una vez con un amigo, corto e insatisfactorio). Lo segundo, algo que noté de nuestras conversaciones en el chat, ella sentía que debía ser castigada, sentía cosas y no sabía que hacer con eso, una vez le dije que me contara exactamente que sentía al oír mis palabras... “puta barata, abre las piernas para mi”... Según ella misma, no sabía que hacer con lo que sentía, sabía que merecía castigo, eso la excitaba y confundía. La guinda de la torta salió el día anterior. No sabía lamer, nunca había dado oral.“Duro, fuerte y profundo, así me gusta, es difícil que te guste al primer intento”; su respuesta me encantó, “si llega a ocurrir algo íntimo entre nosotros lo intentaré, pero quiero pedir una cosa...” Supuse que en ese punto empezarían las dificultades, requerimientos absurdos como no forzar, no eyacular en la boca, cosas así, pero ya que estábamos conversando le pregunte su requerimiento “quiero verlo, tocarlo, quiero poder sentirlo realmente en mi mano” ... Eso calentaría a cualquiera, al menos conmigo ocurrió.

Y aquí estamos...

Una plaza concurrida, gente paseando perros, madres con niños, fácil acceso, sin lugares ocultos, seguro para ella, casi confortable, una banca para nosotros y una simple conversación.

Obviamente estaba nerviosa.

Quise darle un simple beso en la mejilla como saludo y no me dejó. No puedo negar que ese rechazo me provocó molestia, pero controlé mi genio, no llegaría a nada si me enojaba con un simple “hola”.

Conversación trivial, su día, el clima, mi trabajo, el suyo y llegamos al tema real.

Lo primero que quise saber era la razón de su rechazo a mi simple saludo, “no me gusta que me toquen”. Me explica su manía, teme a las aglomeraciones, le cuesta conocer personas y no deja que la toquen. Curioso, en especial si consideramos que nos estábamos conociendo para ver si nuestra relación se convertía en algo real, algo más que simple texto y definitivamente más que dos personas que no se tocan.

Al comienzo no supe como reaccionar, mientras me hablaba de sus temores, de su curiosidad, analicé su manía, ¿que tipo de persona que le teme a las multitudes, que siente desagrado cuando la tocan, buscaría pareja en el mundo BDSM?. En realidad la respuesta era tan obvia que casi reí al entenderlo, ella quería sentir, dejar de ser quien era, dejar de temer, experimentar su cuerpo. Ella entendía que las sensaciones que deseaba experimentar solo ocurrirían si la forzaban a eso.

“Pues bien, creo que eres interesante, me gusta tu cuerpo, creo que eres sexy”, ella me responde que no lo es, que es simplona que nunca ha destacado, siempre la amiga pero no el foco de interés, se acercan a ella para llegar a sus amigas, no es el objetivo, sólo un paso, el medio para llegar a otra...

“Mira, voy a hacer algo; si quieres obedecer ambos disfrutaremos, si no, lo dejamos hasta acá y no hay mayores consecuencias”.


Ella replica que esta reunión era sólo para conocernos, nada más, sólo un acercamiento.


“Me tienes caliente, yo quiero sentirte como mujer, si quieres sentirte así, harás caso, de otra forma llegamos hasta acá y todos felices”

Veo en sus ojos la sorpresa y duda que le provoca mi declaración . Si realmente nunca nadie la buscó como pareja, el que yo lo dijera directamente, sin rodeos, fue más que una simple sorpresa.

“Me seguirás, iremos a un callejón que queda cerca y dejarás que haga lo que quiera con tu cuerpo”

La duda inundó su cara, simple y pura duda. Me puse de pie y la miré hacia abajo, sentada su cuerpo se tensó, de inmediato mordió su labio, pero curiosamente no retiró la mirada mientras yo me centraba en sus ojos.

Comencé a caminar. Era un tiro largo, pero la relación, al menos en este punto, no merecía más giros o dudas. Si me seguía entonces era quien yo creía, si no lo hacia ... Bueno sería una tarde larga y aburrida.

No miré atrás, no me detuve, ni gire a mirar, ni siquiera de reojo, aunque la curiosidad ciertamente me carcomía. Caminé, gire a la izquierda, dos cuadras, giro a la derecha y a mitad de cuadra, justo en la esquina, un quiosco de revistas cerrado marcaba la entrada al callejón.

Paso el quiosco, entro al fin al callejón, giro y nada, nadie me ha seguido. Vacía, así estaba la calle y me sentía así mismo, la emoción del momento, embriagadora y adictiva se había ido y sólo quedaba la nada. Un profundo respiro, aprieto mis dientes y asumo la derrota.

Y aparece de sorpresa, agitada, no corría pero en algún momento lo hizo. Obviamente dudó y fue esa duda la que la mantuvo en su asiento más de lo conveniente, por eso me adelanté y tuvo que recuperar la distancia.

Dudas, dudas, la enfermedad a combatir, debe olvidar escuchar esa parte de si misma. Sólo obedecer, sin pensar, dejar de ser lo que cree que es para pasar a ser lo que es en realidad. Esa duda la transformó en el ser que vi, pero en el fondo ella es lo que quiero, lo que deseo, está ahí, aunque no lo crea ni lo vea en sí misma.

La miro y no retira la mirada, eso me encanta, no lo hace como un desafío, lo hace porque simplemente no puede ni quiere dejar de hacerlo, no quiere perderse detalle de lo que será su vida.

Le señalo el lado de quiosco que da al interior del callejón

“Ven, apóyate ahí”

Camina lentamente, se muerde el labio, al pasar a mi lado oigo su respiración agitada y fuerte, se apoya en el muro de latón sin retirar la mirada, me espera.

No la hago esperar más.

Me paro enfrente, toco su cara, con firmeza pero no agresivamente, pasó su mentón, rozo ligeramente su pecho izquierdo, pongo mi mano en su costado, toda la palma, firme y sin duda, deslizo la mano por su cadera hacia atrás y llego a su culo. En otra ocasión, con otra persona, habría sido sutil, saboreando la piel de su cara, disfrutando cada nuevo respiro, regocijándome en los efectos de nuestro contacto, pero hoy, con ella, no. Se quien es y lo que quiere.

Mi mano frota y aquí si me detengo a disfrutar. La palma transmite calor, los dedos intentan entrar en la piel, muevo la mano y su nalga me sigue. Me acerco más, empujo su cuerpo contra el muro, pero mi mano mantiene nuestras pelvis en contacto. Al principio no sabe que hacer, por un segundo tuvo un conato de alejarse, luego se revuelve, se que nunca la han tratado así, se que su cabeza no sabe que hacer, pero indudablemente su cuerpo sí. Mi manoseo logra hacer que su cuerpo entre en calor y se acomoda, se amolda a la situación, separa un poco las piernas, las manos en los costados y nunca retira la mirada.

Mi mano inquieta disfruta el poder, la abro y cierro, al cerrar tiro para que la nalga se separe y al bajar mis dedos buscan entrar en el canal entre las nalgas. Poco a poco, gracias a este grosero manoseo llego a rozar su año. Se convulsiona, traga aire como para gritar, pero no lo hace, mi mano no se retira y redoblo la firmeza. Repito el movimiento y rozó el esfínter, su cuerpo corcovea de nuevo, pero esta vez más preparado mi brazo y el resto de mi cuerpo actúan en conjunto para mantenerla a raya y contenida. Mi mano sigue tirando, apretando, empujando y ella comienza a acoplarse, me sigue y se coordina, me siente entre sus piernas y comienza a buscarme. Es grato para ella tanto como para mi, lo veo en su boca entreabierta, lo oigo en sus jadeos y lo huelo en su sudor.

Me detengo y doy un paso a atrás.

Sorprendida veo como su cuerpo alcanza a dar un último contoneo buscándome, antes de que ella vuelva a tener control.

“Creo que para ambos es claro que somos lo que el otro esperaba, hoy no seguiremos y esto es sólo el comienzo”

Me mira, no sabe que hacer, ni que decir, veo como se siente desnuda e intenta cubrirse aunque está completamente vestida.

“¿Te veré de nuevo?”

“Por supuesto, hay tanto que enseñarte, tanto que debes aprender”

Esta fue su primera lección.

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