La primera foto la mostraba de perfil, en medio de una selva húmeda, a lo mejor en alguna parte del sur de Chile. Le llamó la atención lo que escribía, había algo extraño, entre penoso y esperanzador que lo hizo detener su dedo índice justo antes de hacer click para pasar a otra foto. Luego de eso vio su espalda magnifica en una foto que la capturaba justo ahí abajo, en un contrapicado que mostraba algo así como la puerta de una catedral, un terreno sagrado donde probablemente -pensó- muchos pecadores habían entrado en un afán vano de eximir sus culpas. Siguió recorriendo las fotos hasta que se encontró de frente con su cuerpo magnífico, abierto y rosado, con sus senos turgentes rematados en dos pezoncitos café claro que se veían quejumbrosos, extasiados, temblorosos de lujuria. Llevó la mano a su entrepierna y sintió el pedazo de carne dura, palpitante, ya francamente erecto que buscaba salir del pantalón. Indeciso, aún temeroso de entregarse a ese placer secreto y solitario, bajó la vista y vio los pétalos rosados que se doblaban sobre sí mismos, jugosos, brillantes, estáticamente temblorosos, capturados en ese frágil instante en que el cuerpo de ella se había conmovido por la lujuria. Entonces no aguantó más y sacó su pene erecto, palpitante, brillante y jugoso por el cierre y comenzó a subir y bajar con un trozo de toalla en la mano. Su pene palpitaba mientras mostraba un glande rojo y brillante mientras con su mano lo sacudía, con las pupilas brillosas, el corazón a mil, ganado por un sueño que era más una debilidad ocasionada por la sangre de su cuerpo que había acudido hasta allá abajo para levantar su arma. Siguió mirando la foto de ella abierta de piernas, generosamente rosada con los dedos tocando apenas los carnosos labios de su vagina. Agarró su pene con la palma de su mano y lo acarició, lo cubrió imaginando que su palma eran las paredes tibias de la vagina de ella. Sintió como se abría paso por su deliciosa caverna, como esta abrazaba tibiamente su pene, primero el glande, luego el miembro, entrando y saliendo hasta los testículos duros y palpitantes que se tensaban porque algo dentro de ellos empezaba a revolotear, como un manantial que empezaba a brotar después de mucho tiempo dormido. Siguió acariciándose, aumentando el ritmo y la velocidad mientras con sus ojos nublados, con su inteligencia reducida al mínimo, no pensaba en otra cosa que penetrarla allá donde estuviera. Siguió y siguió y siguió y siguió y siguió y siguió y siguió y siguió hasta que sintió como su leche espesa subía desde los testículos como un magma blanco y espeso hasta que, mirándola hipnotizado entre las piernas, sintió una puntada que lo flectaba desde el ano hacia adelante mientras un escupo de leche saltaba espeso y golpeaba en el monitor del notebook, seguido de otro escupo que salpicaba las paredes a un metro y medio de distancia ensuciándolo todo con su leche blanca y espesa. Batido, derrotado por el cuerpo de ella, tomó la toalla y comenzó a secarse, mientras la miraba, comprendiendo que ahí en la pantalla no había nada más que una foto y volviendo a su soledad infinita. Entonces le dijo: "¿existe alguna forma de encontrarte, de hacer de este sueño carne?