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La Tina de las Pirañas - Parte 1

6:37 am Thursday, 31st March, 2022

Abrió la puerta y tomándola de la cintura la invitó a pasar a la sala de baño. El vapor humedecía las paredes teñidas con el fulgor de las velas y en el ambiente se respiraba un aire cálido que penetraba la piel. Se detuvieron a unos centímetros de la bañera y se fundieron en un beso apasionado, que la hacía ponerse de puntillas para alcanzar a devorar sus labios, mientras él ya disfrutaba del placer que le causaba el apretar sus redondas nalgas. Como un flash en sus mentes recordaron la vez anterior que habían estado juntos ahí, follando en silencio para que las personas que estaban afuera no los oyeran. Sin dejar que sus lenguas se separasen por ningún segundo, fueron quitándose la ropa mutuamente. El cuarto era un tanto pequeño, por lo que sus cuerpos ya se encontraban bastante pegados y ella ya podía sentir como comenzaba a crecer el bulto entre las piernas de él. Solo cuando estuvieron completamente desnudos dejaron de besarse. Ella se apresuró en ingresar a la tina y él se quedó unos segundos contemplándola como si de una pintura grecorromana se tratase. Encendió un pito de marihuana y fue al encuentro de su compañera.


Mantuvieron un profundo silencio los primeros minutos, intercambiando coquetas miradas y compartiendo las quemadas que poco a poco hacían que sus ojos reflejaran la sensación de estar flotando. Una risa rompió el silencio y como en un movimiento casi instintivo acercaron sus cuerpos a tal punto de apenas rozarse la piel. Con la respiración ya agitada, ambos contemplaban fijamente sus labios, moviendo sus cabezas como si un beso estuviera convirtiéndolos en un solo ser, pero sin hacer contacto todavía. Sentir sus alientos cálidos comenzaba a excitarlos, dejando ver pezones hinchados, una incipiente sensación de lubricación en la vagina de ella y una lenta pero intensa erección en el pene de él. Ya no pudieron sostener más la tensión y se apretaron contra el cuerpo del otro, envueltos en el agua caliente que se iba moviendo al vaivén de sus abrazos y besos. No se separaron por buen rato y al cabo de unos minutos el pene de él ya había alcanzado un tamaño considerable para acercarse amenazante a la entrepierna de ella. El suave roce del glande con el clítoris les producía un placer tal que a momentos dejaban de besarse para sentir la deliciosa sensación que subía por sus espaldas, haciendo que estas se arqueasen, y finalizando en graves gemidos que escapaban de sus bocas.


Él se reclinó hacia atrás y ella quedó encima, en una posición privilegiada para hacer avanzar el juego hacia la siguiente fase. Ella atacó rápidamente al cuello de su compañero, con besos y largas lamidas recorría la piel que se tornaba de gallina al húmedo contacto. Con los ojos cerrados, él se entregaba como un ciervo a las garras de su depredadora, que ahora bajaba a su pecho decidida a comerse sus pezones. Con pequeños pero maliciosos besitos fue acercando su boca a una de las tetillas, a la vez que una de sus manos subía por las costillas para apoyar el ataque en el otro flanco. Una firme mordida dio inicio al juego, mientras que por el otro lado sus dedos pellizcaban uno de los erectos pezones. El placer incrementaba para él, puesto que en esta posición su miembro quedaba perfectamente acomodado entre los senos de ella. Con suaves movimientos de cadera disfrutaba de la exquisita sensación que le provocaba el sentir su verga masajeada por las tetas de su compañera. Cuando ella se percató de esto interrumpió bruscamente el juego con los pezones y con perversión en la mirada tomó sus pechos para incrementar la presión sobre el pene. Con movimientos ascendentes y descendentes lo masturbaba con una rusa que hacía chapotear agua cada vez que él penetraba la suave piel de sus tetas. En un éxtasis que iba en aumento cada vez más, él dejaba escapar fuertes gemidos y movía su cuerpo involuntariamente, mientras ella disfrutaba del espectáculo erótico que tenía enfrente. Mirándolo fijamente a los ojos dejó de masturbarlo, bajó lentamente y devoró su miembro de un solo bocado. Con gran maestría besaba y lamía aquella hinchada verga, recorriendo cada centímetro con un fervor que provocaba espasmos de gozo en en su compañero. Pasaba su lengua desde la base hasta la punta del falo que tenía entre sus manos, para luego llevarlo nuevamente a su boca y surcar los rincones más profundos de su garganta. Él rogó porque le comiera de la misma manera la boca y ella, muy complaciente, se incorporó para estar frente a frente, tomó firmemente su cara y lo beso con la misma alevosía con que antes lo hacía con su pene. Se besaban tan apasionadamente que en ambos se despertó un instinto animal muy intenso, casi incontrolable. Ella separó sus labios de los de él para llevarlos hasta su cuello. Muy lento los pasaba hasta sus hombros, cómo sintiendo la energía que emanaba de la piel. En un momento se detuvo, había encontrado el lugar perfecto. Hincó sus dientes con una fuerte mordida, haciendo que su compañero soltara una queja de dolor que casi instantáneamente se convertía en un gemido de placer. Embriagado del mismo brebaje, él respondió de igual manera, presionando con su boca el fino trapecio de ella. Y así, cómo pirañas sedientas del éxtasis del otro, comenzaron a morderse frenéticamente el cuello, los hombros y los brazos. No sentían dolor, muy por el contrario, solo eran sensaciones de un delicioso placer, de sentirse presa y cazador al mismo tiempo, de literalmente devorar el cuerpo del otro.


- Ponte de pie - le dijo ella al oído con cierto tono que dejaba adivinar un deseo de dominación.


Sin pensarlo, él obedeció. Ella volvió a sentarse dentro de la tina y quedó justo en frente del tieso pene. Se quedó unos segundos observándolo y luego dirigió una risueña y coqueta mirada a los ojos de su compañero, como anticipando el deleite que se daría sirviéndose ese exquisito plato una vez más. Él sostuvo el rostro de ella con una mano y con la otra tomó su miembro para darle firmes golpes en sus mejillas, a los que ella respondía con pequeños gemidos y con una sonrisa maliciosa. Era el precio que debía pagar para disfrutar de aquel festín. Ella tomó el protagonismo nuevamente y comenzó a besar su glande, del que ya se dejaba ver un delgado hilo de líquido seminal, producto de la profunda excitación que él experimentaba. Ella dió una larga lamida por todo el surco, dejando que aquel néctar se depositará en su húmeda lengua y, aprovechando aquel movimiento, se llevó a la boca aquel trozo de carne que estaba todo disponible para su disfrute. Iba a un ritmo lento pero intenso, succionando con fuerza la verga que a ratos desaparecía entre sus labios, chupándola como si fuese el caramelo más delicioso de la tierra. Él, con la respiración ya más agitada, intentaba afirmarse de donde podía para no sucumbir ante los escalofríos y espasmos de placer que le provocaba aquel exquisito sexo oral. Poco a poco iba aumentando la velocidad y a ratos apartaba el pene para pasar su juguetona lengua por los testículos. Eso volvía loco a su compañero, quien gemía al mismo tiempo en que ella succionaba cada una de sus bolas. Luego de un momento, su miembro estaba de nuevo en la boca de su compañera. Esta vez ella tomó firmemente con sus manos las nalgas de él, para así apoyar el movimiento de las chupadas. A medida que su boca iba devorando el grueso falo, empujaba el culo de él contra ella, para así llegar cada vez más profundo. El sonido que generaba el choque del glande con la garganta era como una melodía que excitaba los oídos y cuerpos de ambos. Mientras la cadencia del mete y saca se mantenía, un curioso dedo de las manos que sostenían el trasero de él fue en busca su ano. Con suaves caricias fue estimulando aquella diminuta abertura, que a priori se mostraba cerrada, pero que ella sabía que no bastaba más que tiempo para poder dilatarla. Y así fue. Luego de unos minutos de aquel juego ella tenía introducida toda una falange de su dedo. Él, en un éxtasis casi incontrolable, retorcía y contraía su cuerpo por la deliciosa sensación de estar recibiendo el doble estímulo, y poseído por ese instinto animal, la jaló del pelo para sostener firmemente su cabeza y se hizo dueño del ritmo de la penetradas. Salvajemente introducía su verga, sintiendo la humedad de aquella cavidad que generosamente recibía las embestidas. Ella, por su parte, se concentraba en abrir cada vez más su garganta para que las estocadas llegaran a lo más hondo de su ser. Se detuvo repentinamente y sacó su verga palpitante y llena de saliva. Había estado a punto de estallar en su interior y de regar de leche la boca de su compañera. Pero aún era muy pronto. Respiró profundamente para contener la eyaculación, mientras aún sostenía con ambas manos la cabeza de ella, quien lo miraba con la satisfacción de haber realizado una excelente tarea.

Continuara...




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