El fin del home office

1:30 am Saturday, 13th February, 2021

karinka946

Enero de 2021, la pandemia afloja un poco en Buenos Aires y la gente se descontrola. Las narices asoman irresponsables desde los desteñidos barbijos caídos con elásticos vencidos, y todos creen que el calor del verano los hace inmunes al virus. El gerente necesita cubrir a los que salen de vacaciones y convocan a los empleados que están haciendo home office para hacerse presentes en la oficina. Es lunes, me toca reemplazar a Germán que se fue con la novia a Las Toninas. Bajo del micro que venía abarrotado de caras grises y corro a tomar el subte en Independencia. Ni un alma en la estación, ni un alma en el subte recién arribado. Solo la maquinista y yo, y por momentos creo que veo subir al fantasma de Ghost, sí el feo, el que golpea latas y salta de tren en tren. Pero no, estoy solo como loco malo. La misma soledad que invadió mi casa todo este tiempo en el que trabajé ahí. Si claro, estaban mis hijos, mi mujer, pero estaba solo. En el fondo sentía un dejo de felicidad de volver a la oficina. Increíble. Jamás lo pensé pero así me sentí. Extrañar lo que odiaba hacer. Bajo en Boedo y camino las dos cuadras que separan la estación de la oficina. Poca gente en la calle. Parece sábado. Saludo al portero brevemente porque se me estaba por hacer tarde. Abro la puerta de la oficina y lo primero que veo es a Ella. Una especie de ángel en jeans y zapatillas que estaba sentada ahí en mi escritorio, porque claro, yo no estaba y ella que era nueva, no tenía un lugar definido. La habían ubicado allí. Un ángel con luz propia que iluminaba toda la oficina con sus ojos negros y su sonrisa gigante. La piel... -la piel es todo Fabián-, pensé, siempre lo digo. Una piel aceitunada que se le asomaba por las manguitas de su remera blanca. Ni bien la vi se me hizo agua la boca de pensar en besarle el hombro de la manera en que se deja una marca. -Usted debe ser Fabián, cómo está. -Yo soy María Teresa- me dijo. -Ahorita le despejo el escritorio, porque ya me hicieron lugar en el cubículo de al lado suyo- continuó. Luego sonrió y dijo -¿Está ahí?- Si si, cómo te va, encantado. No me trates de usted, no seas mala.- le dije sonriendo mientras me imaginaba mordiendo esos churrascos que tenía por labios esta chica, que para mi sorpresa, me miraba vivazmente. -Discúlpeme, es costumbre para nosotros los venezolanos hablar de esta manera- y otra vez la sonrisa iluminada. Me volví loco. Me olvidé del stress, del covid, de todo. Pasamos la mayor parte del tiempo trabajando con el barbijo puesto, lo que me hacía contemplar sus ojos negros tan brillantes y llenos de vida. Hablamos todo el tiempo esa primera semana. Le preguntaba por su país, su familia, la crisis y cosas por el estilo. Me sentía silenciosamente agradecido por las políticas migratorias de mi querido país. El destino y esas políticas la habían puesto en mi camino.Llegó el viernes. Ese día me fui con la camioneta, con el verso de que la pandemia, lo inseguro que es viajar en micro, etc. Me fui con la camioneta. Todo el día riéndonos con María Teresa y trabajando, la pasamos de putamadre en la oficina. Miradas que van y vienen. Mucho comunicación con la mirada. Se hacen las 5 y María Teresa se asoma por encima del cubículo y me dice. -¿Has probado las arepas Fabián? Yo hago unas arepas que son un manjar-. -La verdad que no- Le dije. A lo que me contesta - El lunes le voy a traer para que pruebe- Y le digo -¿Hasta el lunes debo esperar para probar tus arepas?- Me queda mirando y me dice. -¿Te animas a venir a mi departamento?-. -Por supuesto-, exclamé. Y ahí nos fuimos para su departamento, con la excusa de las arepas.El viaje fue raro, estábamos bastante callados, como que sabíamos lo que iba a pasar y sentíamos culpa. No solo yo por tirarme una cana al aire, sino también ella, como que las cosas estaban yendo a una velocidad no muy cómoda para ella, o al menos eso creí.Llegamos a su departamento, en un barrio tranquilo de Saavedra. Un pasillo largo en penumbras y en el fondo de todo, macetitas con flores por todos lados, en el pasillo, en la ventana. Ella prende una luz del pasillo y abre la puerta. Entramos y lo primero que sentí fue un aroma a vainilla, ese aroma de hornillo. -Más de lo mismo- pensé –El mismo aroma que tenemos en casa.- Ella que había entrado primero que yo se da vuelta y me mira, y se da cuenta que estoy nervioso. Me mira fijo y me dice –Fabián, a mí no me gusta lo convencional, y las arepas, de donde yo vengo son convencionales-. Abre un cajón de un mueblecito que tenía contra la pared del costado y al incorporarse veo que tiene una cuerda negra entre sus manos como si fuera de algún tipo de tela. La tira sobre la mesa y mirándome fijamente y esbozando una pequeña sonrisa cierra los ojos y extiende sus brazos hacia mí, juntando sus delgadas y estilizadas manos, dándome a entender que deseaba que se las ate. Y ahí estaba yo parado frente a ella, creo que en ese instante dejé de pensar con el cerebro y comencé a reaccionar impulsivamente. Lo primero que hice fue apagar el celular. Un instante después estaba frente a ella. Le tomé las manos y se las puse en la espalda trayéndola contra mi cuerpo, y con mi mano derecha se las sujeté firmemente. Inmediatamente empecé a besar sus labios mientras mi lengua se adentraba en su boca mentolada. Estuvimos no más de un minuto así y sentía que mi entrepierna se prendía fuego. Miré de reojo la mesa y fue ahí donde dejé de besarla pero no le soltaba las manos de la espalada. La miré y le dije que se voltee. Me miró pero esta vez no sonreía pero me hizo caso y se dio vuelta. La tomé del pelo fuertemente pero sin tironearlo y la hice avanzar hasta que su cadera hizo tope con la mesa. Ahí si le tiré un poco el pelo haciéndola mirar hacia arriba. Acerqué mi boca a su oído y le dije –No te voy a atar con la cuerda, te voy a soltar pero tus brazos van a quedarse ahí como si estuvieran atados.- No vas a querer cambiarlos de posición, créeme que no va a querer- ¿Entendiste?- A lo que ella atinó a asentir pero no podía mover su cabeza. –Sí- me dijo. –No quiero escuchar nada- le dije. Se quedó callada mientras le soltaba las manos y rodeaba su cintura con mi mano y le respiraba en el oído. Ella mantuvo sus manos en la espalda, como cruzada de brazos, tal cual como yo quería y mi mano que ya había llegado adelante comenzó a bajar entre su vientre y el pantalón. Noté que no llevaba ropa interior. Estaba toda depilada. El pubis más suave que había acariciado en mi vida. Había dejado de respirarle en el oído y ya había comenzado a besar su cuello sujetándola aún del pelo firmemente. Ella estaba quieta, relajada. Mi dedo mayor había llegado ahí y comencé a frotarle el clítoris suavemente y la punta de mi dedo se doblaba hacia adentro comenzando a sentir una tibia y pegajosa humedad. Intensifiqué mi actividad allí mientras le seguía comiendo el cuello, la mejilla, y ella quieta, sin emitir un sonido. De repente aflojé su pantalón y la incliné hacia adelante. Le solté el pelo pero la tomé de la nuca y la mantenía firme contra la mesa.-Podes liberar tus manos- le dije, y ella las puso a los costados con las palmas contra la mesa. Bajé bruscamente su pantalón y con mi pie le junté los suyos. Tomé un preservativo de mi bolsillo trasero. Lo acomodé lo mejor que pude y lo mojé con saliva. La penetré suavemente solo hasta que entró toda y luego ya estaba moviéndome fuertemente, sabiendo que era lo que ella quería. Yo hubiera ido despacio, en cámara lenta pero con ella la cosa era así. Comencé a imaginar cosas desagradables para durar, porque ya estaba hasta las manos de la calentura que tenía. Imaginaba cosas como la cara de mi jefe, enfermeros con marcas de barbijos y cosas así. Traté de hacerlo durar lo más que pude. No sé si llegaron a ser 12 minutos. Pero terminé como loco. Ella estaba toda mojada, hermosa, mojada, de espaldas en la mesa. Relajada. Levanto su pantalón, mi pantalón. La ayudo a incorporarse. Nos miramos. La abracé fuerte y la besé. Yo casi llorando. Ella con una sonrisa apoya su carita en mi pecho, callada.- ¿Te gustó? Le pregunté. -Esta rumbeado Fabiancito, ese es el camino- me dijo, con un tonito un poco sobrador, solo un poco.-Podemos seguir por ese rumbo a ver a dónde llegamos- me dijo. La abracé fuerte y le besaba la cabeza. Enloquecido y feliz prendí el celular. Ni un mensaje. La besé, cerré la puerta de aquel departamento. Caminé por el pasillo. Llegué a la camioneta. Me fui a casa pensando en el lunes, y deseando que las vacaciones de mi compañero German sigan eternamente.



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