Johanna y yo (segunda parte)

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Lo lamí por lo menos de diez maneras distintas, lamí su areola sintiendo los montículos que circundan el saliente. Besé cada uno de ellos mientras imaginaba que el botón florecía ante mi inminente retorno y así, nuevamente, deslicé mi lengua por ese nuevo pezón. Erguido, imponente y colmado de emociones. Me recibió su centro abierto y lo tomé entre los labios como si se tratara de la cata de un vino. A medida que delicadamente recorría con mi lengua la delicada aspereza de su pezón, aumentaba la presión con mis labios y sentía como su cuerpo empezaba a franquear barreras dócilmente. Arrítmicas contorsiones se hacía evidentes mientras cerraba los labios con mayor determinación mientras buscaba la humedad de su cuerpo con mi mano libre. Lo succioné cada vez con mayor fuerza y veía como los umbrales del dolor empezaban a fundirse con los del placer. Y eso me gustó.


Ese era su seno más sensible y entendí que podría enloquecer si continuaba, por eso retiré mis labios para que mis dientes le hicieran sentir una sensación diferente y un gemido de placer enredado en su garganta, hizo que su pelvis saliera al encuentro de mi mano. La lamí. La mordí y sentí el placer en mi cuerpo. Exploré cada uno de los pasajes que rodeaban el ingreso a su cuerpo. Mis dedos se deslizaron por aquellas olas ya que su humedad había fundido mis dedos. Las acaricié brevemente y las halé debido a su textura en mi tacto mientras tensaba las piernas y los labios por donde exhalaba presusrosamente.



Jugueteaba con su vagina. Ya había recorrido los contornos de su sexo. Siempre me había llamado la atención la textura de ese pequeño lugar en el cuerpo de la mujer. Poco bruñida y bultosa, carnosa. Y dándome la bienvenida. Con mis cinco dedos la tomé en mi mano y la apreté suavemente, como si tomara un puñado de algodón. Ya lo había moldeado como si de arcilla se tratara. Había cambiado de temperatura y su centro emitía un calor intenso que humedeció la palma de mi mano.

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