El secreto de mi mejor amiga

Peter

No sé cómo me dejé convencer por Susana. Había sido una semana muy dura en el trabajo y realmente estaba cansada. Me apetecía quedarme en casa, beberme un vaso de leche y meterme en la cama a dormir. Pero había insistido tanto en que me tomase una copa con ella para contarme algo importante que no pude negarme.

Y allí estábamos, las dos sentadas en una terraza con un cóctel, y yo toda intrigada por saber qué es lo que quería decirme. Después de varias rondas de conversaciones insustanciales, al final le pregunté qué le pasaba. Ella me miró, muy seria, y me dijo:
- Estoy loca por ti.

Me quedé sin saber qué decir, totalmente asombrada. Nunca había imaginado que Susana pudiese sentirse atraída por una mujer. Siempre hablábamos de chicos, ligábamos juntas en los bares, incluso nos habíamos intercambiado novios alguna vez. Pero ni ella ni yo habíamos mostrado nunca un interés homosexual.
- Lo siento, Susana - acerté a decir entre balbuceos - Me dejas flipada, no me esperaba esto para nada, si ya sabes que a mí me gustan los tíos, y tú y yo somos amigas, y....

No me dejó acabar. Antes de terminar mi frase se levantó, se acercó a mí, y me besó.

Fue un beso suave, dulce, labios contra labios, un ligero roce que se prolongó unos cuantos segundos y que, de forma sorprendente, me gustó. Una corriente de escalofríos me recorrió el cuerpo y mi entrepierna se empapó al instante. Se apartó y me miró avergonzada.
- Lo siento - dijo.

Mi mente iba a mil por hora. Mi mejor amiga me había besado. Era la primera vez que una mujer lo hacía. Y no solo me había gustado, sino que además, no sé si por el alcohol, o porque hacía unas cuantas semanas que no follaba con nadie, me había excitado un montón.
- No pasa nada - le contesté.

Y esta vez fui yo quien se acercó a ella. Llevada por la situación, le cogí la cara con las dos manos y le devolví el beso, de forma sensual y lenta. Ella se dejó hacer. Nuestras bocas comenzaron a jugar entre ellas. Los labios se entremezclaban en besos pequeños, en diminutos mordiscos, y nuestras lenguas se juntaban tímidas, punta con punta, punta con labio, sin llegar a penetrarnos.

Fuimos a mi casa. Nada más cerrar la puerta, nos volvimos a besar, ahora sí, con besos profundos. Nuestras manos luchaban con nuestra ropa para arrancarla, y no dábamos abasto para poder acariciarnos.


Cuando me quedé completamente desnuda, Susana me empujó contra la pared. Levantó mis manos por encima de mi cabeza y sin soltarlas, comenzó a lamer y besar mi cuello. Mi excitación crecía por momentos. Su boca bajó por mi escote, y mientras con una mano seguía sujetando las mías, obligándome a mantenerme así, la otra mano apresó uno de mis pechos y llevó el pezón a sus labios. Mirándonos a los ojos, y con mi cuerpo y mi deseo a su merced, su lengua recorrió mi areola consiguiendo engordar aún más el pezón, cogiéndolo después con los dientes y apretando con firmeza pero a la vez suavidad, en un equilibrio de dolor y placer que nunca había sentido, y que consiguió humedecerme tanto que mis flujos comenzaron a resbalar por mis piernas. Ella lo notó, y su mano bajó hacia mi pubis para meter su dedo corazón en mis profundidades. Entró fácil y empezó a presionar mi pared superior. A la vez, con el dedo pulgar, comenzó a masajear mi clítoris en círculos pequeños. Un gemido se escapó de mi boca. Su lengua lo silenció.


Se inició entonces un baile en el que mi cuerpo se movía a su antojo. Mientras nos besábamos, sus dedos no paraban de acariciarme por dentro y por fuera, y yo me movía en perfecta armonía, en un movimiento cada vez más rápido que finalizó con una explosión de placer tan inmenso, que mis piernas se doblaron, temblorosas, cayendo de rodillas, y unas lágrimas provocadas por la tensión se escaparon de mis ojos.


Mi cuerpo siguió un buen rato temblando con espasmos de placer. Susana se agachó a mi lado y me miró. Secó mis lágrimas con sus labios, y me abrazó. Sonreía. Se sentía feliz. Y por primera vez en mucho tiempo, allí acurrucada en el regazo de mi amiga, yo también.

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