Un giro de 180 grados

Peter

Se había puesto el vestido blanco ceñido que tanto me gustaba. Corto, con un ligero vuelo, dejando a la vista sus preciosas piernas. Los botines de tacón resaltaban aún más su figura y, tras mucho insistir, finalmente había aceptado no llevar sujetador, con lo que sus pezones quedaban un poco marcados en la tela. Estaba para comérsela.
Llevábamos 8 años casados y salíamos a celebrar nuestro aniversario. Los niños en casa de sus padres y ella y yo, por fin, solo para nosotros.
La cena en el restaurante fue estupenda. Un acierto aquel menú degustación. Mientras comíamos, cotilleábamos del resto de clientes. Que si “mira esos dos seguro que hoy no follan”…. Que si “mira el escote de todas las chicas de esa mesa, seguro que hoy van a machete en los bares”… que si “qué bueno está ese tío, me lo tiraba hasta yo y eso que soy hetero”…..
Entre risas y vino acabamos la cena. Salimos del restaurante y fuimos a la zona de bares. Como si fuésemos dos adolescentes, nos besábamos en cada esquina. Yo de vez en cuando subía mi mano para rozar un pezón por encima de la ropa, ahora perfectamente marcado debido al contraste de temperatura. Ella se dejaba hacer, disfrutando del tacto.
Ya en un bar nos pedimos un par de cubatas. El alcohol hacía su efecto y ella cada vez se movía más sensual y sexy. Seguíamos con nuestro juego de cotilleo. Ella se fijaba en algún chico, pero no parecía que le gustase ninguno. Yo me fijaba en las chicas y le decía lo buena que estaba una o lo poco que me ponía otra. Estaba ya tan caliente y contento, que me apetecía aprovechar su grado de borrachera para que se atreviese a hacer un trío, por primera vez, con otra mujer. ¡La fantasía de todo hombre!.
Fui al baño a evacuar. En el camino me crucé con las chicas del restaurante. Llevaban unos escotes impresionantes. Una de ellas iba sin sujetador, y sus pezones se transparentaban a través de la camiseta. ¡Ay si ella quisiera hacer ese trío!… Lógicamente, una bandada de chicos buitre la rodeaba, intentando todos ellos ser el primero en catar la presa. Mi pene se había agrandado dentro del pantalón y me costó sacarlo de ahí en el aseo.
Al volver, me encontré a mi mujer hablando con un chico. Al acercarme vi que era el chico guapo del restaurante, que al verla sola se había acercado a ligar. En cuanto me vio se disculpó y se dio la vuelta. Contra todo pronóstico, me sorprendí a mí mismo diciéndole que se quedase. Mi mujer puso una mueca entre sorprendida, intrigada y divertida.
La noche fue pasando y los cubatas fueron cayendo, y mientras tanto, aquel chico y yo nos turnábamos para bailar con mi mujer, o incluso lo hacíamos los dos a la vez, con ella en medio. Yo notaba que de vez en cuando las manos de él recorrían su cuerpo, cuando pensaba que yo estaba mirando hacia otro lado. Y a ella le gustaba. Mucho, a juzgar por la profundidad en la que hundía su lengua en mi boca cuando nos besábamos.
A las 3 bajaron la música y encendieron las luces. Salimos los tres del bar, y de nuevo me sorprendí, a mí mismo y a mi mujer, invitando a ese chico a tomar la última en nuestra casa. Dijo que sí sin dudarlo. Mi mujer me miró con una expresión de “estás loco”, a la que respondí encogiéndome de hombros y señalando mi entrepierna. Estaba durísimo y se notaba perfectamente el bulto en mi pantalón. Ella se acercó, me besó fundiendo su lengua con la mía y agarrando mi paquete me soltó: “¡Eres un cabrón, estoy empapadísima!”. Y de esta manera, mi fantasía sobre hacer un trío con dos mujeres había dado un giro de 180 grados.
Una vez en casa, lo cierto es que no hubo última copa. Nada más cerrar la puerta, mi mujer se apoyó en la pared, me agarró de la camiseta, me atrajo hacia ella, e introdujo su lengua en mi boca. Húmeda, dulce por el alcohol, juguetona, mezclándose con la mía en un profundo beso.
Me separé, completamente empalmado, y miré a nuestro invitado, que nos observaba con ojos de deseo. Les cogí de la mano y les llevé a la habitación. “A ver qué sabes hacer”, le dije a él. Y me senté en el sillón a observar.
Comenzó a besar y desnudar a mi mujer. A pesar de todo, ella estaba nerviosa. Era la primera vez que iba a estar con otro tío, al menos delante de mí. Sin embargo, notaba su deseo. Su respiración entrecortada hacía que sus pechos subiesen aparentando ser más grandes de lo que eran. Sus pezones estaban erectos deseando ser mordidos, lamidos, tocados y chupados. Y su tanga se encontraba completamente mojado.
Desnudos los dos, aquel chico recostó a mi mujer sobre la cama y empezó a recorrer su cuerpo con la lengua. Empezando desde la boca, se entretuvo en el cuello, después bajó por el escote hasta sus pechos y pasó un tiempo jugando con los pezones. Siguió por el ombligo y finalmente se paró delante de su vulva. La miró a los ojos, me miró a mí, y hundió su lengua entre las piernas. Con un primer movimiento separó sus labios y recogió toda la humedad que desbordaba del interior de mi mujer. Los gemidos de ella se convirtieron en un ligero grito. Después, puso su atención en el clítoris, lamiendo suavemente con la punta de la lengua, para posteriormente realizar círculos a su alrededor y succionar de vez en cuando. Mientras lo hacía, metió dos dedos en el interior de la vagina hasta encontrar la zona rugosa de la pared superior, y apretando suavemente al principio y más fuerte después consiguió que mi mujer estallase en un primer orgasmo que, además, le mojó toda la cara. Se separó sonriendo y me miró. “Muy bueno”, le dije, “pero aún te falta faena”.
Se levantó y se puso de rodillas delante de la cara de mi mujer. Su pene quedó junto a su boca y agarrándola del pelo, atrajo su cabeza hacia él, obligándola a succionarle. Ella reaccionó cogiendo su culo con ambas manos, y de esta manera empezaron a moverse acompasados. Yo ya me había desnudado y estaba masturbándome, curiosamente, completamente excitado viendo cómo un desconocido se estaba follando la boca de mi mujer, sin que me importase.
Al cabo de un rato, ella le apartó y le obligó a tumbarse boca arriba sobre la cama, en mi misma dirección. Se puso sobre él, quedando de frente a mí y, de cuclillas, ayudada por los tacones (que no se había quitado), introdujo su pene dentro de ella. Entró con gran facilidad. Comenzó a subir y bajar sin dejar de mirarme a los ojos. Sus gemidos penetraban en mis oídos, y yo no podía dejar de mirar, hipnotizado. Ella apoyó las manos en su pecho para ayudarse en el movimiento y él puso las suyas en los de ella, retorciendo los pezones, apretando su carne. Los gemidos se convirtieron en gritos, por parte de ambos, mientras que la velocidad iba en aumento. En un momento ella me miró, se mordió el labio, y me dijo: “¡me voy a correr!”, y absorbiendo completamente su pene dentro de ella, alcanzó un segundo orgasmo. Nuestro acompañante no puedo soportar los envites sobre su miembro y también se corrió entre gritos de “¡joder, joder!”.
Mientras el cuerpo de mi mujer se retorcía entre espasmos de placer, no dejaba de mirarme. No pude contenerme más y terminé en ese mismo momento soltando mi semen sobre mi pecho. Cuando ya no me quedaba ninguna gota por salir, ella se separó de él y vino hacia mí. Cogió mi pene entre sus manos y lo envolvió con sus labios dejándolo completamente limpio. Luego, sacó su lengua y lamió mi torso de abajo a arriba, recogiendo mi esperma en su boca. Después, me besó como si no hubiese un mañana, haciéndome tragar mis propios flujos. Y con los ojos brillantes, me dijo “Gracias”.
“Ya me las darás cuando traigamos a una mujer”, le dije. Me sonrió y me guiñó un ojo. Y así, entre sonrisas, nos dispusimos a continuar con la noche.

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