Dicen que lo vieron revolviendo entre las hojas caídas de los árboles porque buscaba algún otoño perdido. Tenía caricias secretas cuajadas de orgasmos pendientes y una mirada perdida en el horizonte, esperando la llegada de una mujer sin nombre y sin pasado que, con la humedad de su boca sedienta, se llevara aquellos frutos rebosantes. Una mujer desnuda y abierta como una noche estrellada, capaz de conjurar toda la timidez de aquel hombre perplejo y elevarlo al nirvana, para desaparecer sumergida sin confesiones y sin preguntas, en aquel horizonte de mujer sin nombre y sin pasado por el que vino.
