Tengo unas manos grandes y fuertes, sin callos, asperezas o Piélagos. Las uñas siempre cortas y brillantes. Por las noches, las hidrato con aloe vera para que estén tersas y suaves, vamos, en perfecto estado de revista.
“Unas manos así gusta que te toquen”, me han dicho muchas mujeres y, en general, procuro que todo mi aspecto sea así.
Las manos, según Aristóteles, son: “Las herramientas de las herramientas” y para mi mucho más.
Son el vehículo para disfrutar de una sesión de spanking y, después, aplicar crema con suavidad, ternura, con el mimo que merece la sumisa.
Una vez “aliviada” la zona dejo que mis dedos, suaves largos y finos, busquen la vagina de la sumisa; no entran con fuerza ni desespero en su cueva, si no que juegan con paciencia y esmero hasta encontrar su clitoris hambriento, rozo con calma cada milímetro de su carmesí terciopelo.
Cierro los ojos y dejo hacer a mis dedos, dejo que mis oídos capten los sonidos que derraman los labios de la sumisa. Sus cacofonías de gusto, los suaves murmullos de placer; me excita sentir mis yemas mojadas de su íntimo néctar y, entre jadeos, oír “no te pares”, “un poco más adentro” y yo obedezco (dónde está el límite entre Amo y esclava?), me pregunto excitado y con toda la mano entrando y saliendo de su clitoris mojado.
Ya no jadea, si no grita entre convulsiones “que me viene”...
No puedo evitar saborear el triunfo de su orgasmo ni renunciar al preciado olor de un squirting con feeling.
