El libro prohibido que cambió mi vida

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Era una calurosa tarde de agosto, el sol declinaba su sofocante presencia en la línea del horizonte e invitaba a los ciudadanos a salir de sus casas para tomar “el fresco”. Yo, osado de mi, había salido de casa mucho antes de las cinco, desafiando aquella canícula intensa y los consejos de las vecinas, pero tal acto de Fe tenía una finalidad. Pase por un puesto de prensa (una farola en medio de la acera en cuya base habían varias sacas de periódicos abiertas) y deposité el importe exacto del vespertino “Ciero” o lo que es igual, El no-ticiero u-niversal, en un vaso de hojalata. Deseaba tomarme la primera horchata del verano y, aquellas horas, eran las más tranquilas de la tarde en casa Sir-vent. La familia se había trasladado a Barcelona desde su Valencia natal y su horchata era la más reconocida de la ciudad. Recuerdo que estaba sentado en la terraza, mirando la entrada del establecimiento cuando apareció ella. No sabría precisar su edad, pero si su belleza. Tenía una larga cabellera castaña que el viento se encargaba de arremolinar caprichosamente. Sus ojos, verde jade, derretían el corazón más duro y frío que cupiera en pecho alguno. Sus labios, ahora pintados de “rojo pasión”, se mostraban carnosos y tan deseables como la fruta prohibida del Paraíso. Era alta, sobre el metro setenta y, a ojo, diría una talla cien de copa… sujetador. Era una mujer femenina y proporcionada. Poseía elegancia y gracia natural… y había quedado conmigo. Ella también sujetaba un ejemplar del “Ciero” y, al mirar hacia mi mesa, yo le mostré el mío. A medida que se acercaba a mi mesa su corazón y el mío latían con más fuerza hasta el punto de temblarnos la voz al presentarnos. Pasados los minutos iniciales y el nerviosismo de “una cita a ciegas” nos fuimos calmando y charlamos de los temas que cada uno iba, sin darse cuenta, sugiriendo. Nos acordamos de Iulia, una de mis vecinas y tía de Carla, mi cita y de cómo había organizado nuestro encuentro en casa Sir-vent y el detalle del periódico… para reconocernos. El destino o quizá los hados quiso que una mujer joven, casada (por ello tantas precauciones) y yo, ya algo veterano para ella, no solo nos enamoramos sino que, además, sintiéramos el mismo interés por el BDSM. En una época donde la mujer era una mera comparsa en el sexo; solo “servía” como un receptáculo del se-men de su hombre, estaba mal visto que ella no solo disfrutara sino que pudiera llevar la iniciativa del co-ito. En líneas generales, mi paso por el seminario me llenó de conocimientos diversos y estudios superiores y, también, del estudio de libros “prohibidos” en aquellos tiempos por la dic-tadura de Fran-co. Así, pude leer “El Ta-o del sexo” un libro de casi trescientas páginas que “devoré” en cuatro noches; debía darme prisa porque, Don Anselmo, era el bibliotecario del seminario y, esa parte de la biblioteca, tenía el acceso restringido y la sala cerrada con llave. Yo sabía dónde guardaba las llaves y pude acceder a aquel tesoro de libro. Aunque no era el único libro prohibido, las estanterías acumulaban muchísimas obras. Os puedo decir que aún recuerdo cómo leía y releía y copiaba (a mano) todo lo que me llamaba la atención… que era casi todo. Así, aprendí a palpar los pechos de una mujer y su va-gina. A escuchar su respiración y acompasar la mia a la suya. A besar con lengua y pasión, a tener cuidado con el tiempo todo su cuerpo y las zonas más sensibles para ser debidamente atendidas. Explicaba a mantener el mismo ritmo, constante; si ella lo pide ir más rápido o despacio. A no tener prisa y guiarme por sus gemidos y movimientos que son “órdenes encubiertas”. A practicar bien el cunni-lingus y provocar squirting. En definitiva, era una guía ilustrada de cómo ser un buen amante. Carla se enamoró de mí y yo de Carla. Nos veíamos dos días por semana, al principio, más adelante, tres y, al final, nos fuimos a vivir juntos. Carla era una mujer excepcional y me daba su total entrega. Con el tiempo hice de ella la mejor de las sumisas. Yo aporté mis conocimientos y paciencia y Carla sus progresos, gran amor y dedicación. El amor es un gran vehículo de entendimiento, si ambos (en la pareja) están en la misma frecuencia… en sintonía.

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