La reina de mis sueños… húmedos

11Apolo69

Cuando entre en el seminario conciliar, de la calle Diputación, no me imaginaba cuán duro y tortuoso podría ser el voto de castidad. Para un joven de aún no veinte años, el no contar, de la noche a la mañana, con su pene para todo aquello que no fuera orinar era ya un pecado. Era pecado mirar con lascivia a una mujer, pensar en ella en términos licenciosos (o pecaminosos) y sin poder esconder mis sentimientos porque Dios todo lo ve y sabe. Fueron años de tortura; tenía tremendas erecciones por las noches y tampoco podía aliviarme con una masturbacion… también es pecado. Si solo os digo que lo pasaba muy mal me quedaría corto, era horrible ver cómo tu cuerpo se despierta para “amar” y los que deberíamos amar de verdad y sinceramente nos tenemos que “jo-der” pues no nos dejan dar más que abrazos fraternales, las manos en señal de “paz” y rozar los labios de una mujer si viene a comulgar. Las erecciones no cesaban, al contrario, cada día tenía más y más seguidas. No me quitaba la sotana ni para dormir pues era la única manera que mi… periscopio, no me delatara. Cuando salía por la calle e iba a hacer recados para la parroquia, básicamente, para el padre Anselmo. Iba a las tiendas donde o no hubiera mujeres o fueran feas, directamente. Eso me acarreaba discusiones con el padre Anselmo, pues él me indicaba dónde debía ir a comprar los productos y eso implicaba entrar en la tienda de José Bonaplata, excelente y experto charcutero, el cual tenía como delicatessen más exclusiva a su hija. Una hembra impresionante de metro setenta y cinco, ojos verdes, pelirroja y los pechos más grandes y perfectos que le había visto a mujer alguna. Cada vez que entraba en su tienda me quedaba paralizada y solo balbuceaba como un lelo. Otras me entraba un sudor frío y me daban escalofríos y zas, alguien decía, debe tener el mal de San Vito. Otras veces llevaba escrita una nota con el pedido, era más fácil para mí entrar en la tienda y dejar el papel, con el pedido, sobre el mostrador y parecerme a Dustin Hoffman en Rain man que a Forrest Gump, me ahorraba tartamudear. Aquella criatura me llevaba por la calle de la amargura no me la podía quitar de la cabeza, me hacían ir a verla dos veces por semana (los pedidos del padre Anselmo) y, tanto va el cántaro a la fuente que…, un buen día, presa del calor de un verano sofocante, la tentación pelirroja lucia más escote de lo habitual, me dio un vahído o también llamado jamacuco que se decía antes, ahora lipotimia que queda más fino. Lo remediaron sentándome en una silla y dándome agua del Carmen (un remedio milagroso que te ponía algo contento si te administraban más vasos de la cuenta) y fue ese día, con exceso de agua del Carmen, presa del delirium tremens y algo de fiebre que lo solté:“Es usted la mismísima encarnacion de la belleza femenina”, “es usted la obra de arte más bonita de la naturaleza”… arranque después con un bolero que cantaba Nat King Cole, y otros artistas, en un programa radiofónico de radio Miramar… mi madre no se lo perdía nunca y yo, de rebote, tampoco; me sabía las letras de memoria porque las escuchaba mientras hacía los deberes. Así que arranque con “aquellos ojos verdes…”No se por donde llegó, pero fue como esas tormentas de verano que aparecen de la nada y… descargan. Alguien me soltó una hostia (y no precisamente consagrada), tampoco supe si por cantar mal o elegir peor el tema musical pero se ve que cerré el “pico” hasta que vino a recogerme Don Anselmo. Me pasé una semana en cama y creedme sí os digo que jamás olvidé aquella hermosa criatura que Di-os o el Di-ablo pusieron en mi camino. No se que habrá sido de ella, pero está presente en mi memoria como la mujer más hermosa que he visto jamás y hoy, que ya no soy “ministro de Di-os”, puedo, por fin, tener sueños húmedos con ella.

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